Ese Janas que abría surcos es el mismo que fue Voz que clamó en el más árido de los desiertos, o sea el de la conciencia humana, y también el Predestinado por excelencia por cuanto quedó fijado como sujeto movido por el Destino ya en el seno de la Eternidad, es decir, antes de nacer el Tiempo. Su vida pública en la fase espacio-temporal que lo manifestó para que diera fe de la Misión de anunciar el advenimiento del Mesías esperado por el pueblo de Israel, es de sobra conocida en muy amplias áreas del planeta Tierra. De su vida, de sus inquietudes digamos personales, ¿qué se sabe?
En esta obra, atípica en sus estructuras, a través de Ángela Edo, retorna a nosotros la Voz que en vano clamó, y habla desde su presente, ¿quizá se pregunte si arraigó alguna semilla en los surcos que abrió?
De eso nada menciona. Enhebra recuerdos y se nos muestra todavía niño, apenas asomado a la adolescencia, mas ya preso en el ansia de convertirse en un hombre de Dios. Nos describe el desgarro dolorosísimo que le ocasionó su primera videncia, la expectación con que vivía en el período que precedió su llamada. Nos permite atisbar cómo se fue forjando el superhombre cuya potencia albergaba en sí, y que sostenía con el apoyo de una convicción y una fe indestructibles. Engañosamente anecdótico resulta su encuentro con Jacobo, el hombre sin razón de ser, juguete de sí mismo, casi su antítesis. ¿Cabe a esa “cualidad” con signo negativo establecer un nexo entre seres tan dispares?
¡Espinosa pregunta!
Cuando le toca hablar de su muerte lo hace en forma sucinta y por imposición
narrativa. ¿Quién se extenderá repitiendo lo que todos conocen?
Lo aquí enunciado sintetiza el entramado de la obra. El contenido substancial
es otra historia, y ese contenido no basta con memorizarlo: hay que absorberlo
leyendo sin menospreciar comas ni comillas. Esto último recomienda mtm al
lector. Y es que con esta autora siempre se queda algo colgado entre líneas y
ese algo se ha de recoger en sucesivas lecturas.
En esta obra, atípica en sus estructuras, a través de Ángela Edo, retorna a nosotros la Voz que en vano clamó, y habla desde su presente, ¿quizá se pregunte si arraigó alguna semilla en los surcos que abrió?
De eso nada menciona. Enhebra recuerdos y se nos muestra todavía niño, apenas asomado a la adolescencia, mas ya preso en el ansia de convertirse en un hombre de Dios. Nos describe el desgarro dolorosísimo que le ocasionó su primera videncia, la expectación con que vivía en el período que precedió su llamada. Nos permite atisbar cómo se fue forjando el superhombre cuya potencia albergaba en sí, y que sostenía con el apoyo de una convicción y una fe indestructibles. Engañosamente anecdótico resulta su encuentro con Jacobo, el hombre sin razón de ser, juguete de sí mismo, casi su antítesis. ¿Cabe a esa “cualidad” con signo negativo establecer un nexo entre seres tan dispares?
¡Espinosa pregunta!
Cuando le toca hablar de su muerte lo hace en forma sucinta y por imposición
narrativa. ¿Quién se extenderá repitiendo lo que todos conocen?
Lo aquí enunciado sintetiza el entramado de la obra. El contenido substancial
es otra historia, y ese contenido no basta con memorizarlo: hay que absorberlo
leyendo sin menospreciar comas ni comillas. Esto último recomienda mtm al
lector. Y es que con esta autora siempre se queda algo colgado entre líneas y
ese algo se ha de recoger en sucesivas lecturas.