Adentrarse en los espacios de la ciudad que cohabitan los tiempos imaginarios de la noche, es reinventar personajes y situaciones utópicas o más bien cárceles para ángeles o proxenetas o prostitutas o vírgenes violadas que menstrúan miedo.
Así se van construyendo nuestros imaginarios sobre la poesía de Pastor de Moya. Porque para él la ciudad se resiste a ser un tumulto de cemento y plazas de silencio, para convertirse en espacio ritual en donde sus pobladores bailan, copulan y expresan íntimamente sus sentimientos y pasiones.
En la oscuridad surgen prontamente y sin ser evocados animales y cosas personificadas, que van a la luna, diciendo lo que el poeta se ha reinventado o lo que se ha reimaginado de sí mismo.
Pastor construye todos los versos-personajes para transitar por los espacios infinitos de la memoria. Su cuarto es un viejo y lánguido espacio en donde los sueños imponen vírgenes para el banquete: las ofrendas al Dios único. El poeta.
Pastor verbaliza todas las hojas que entinta cuando escribe. Esta verbalización le da acciones y movimientos a su poesía, cada poema es un conjunto de mundos que caminan y transforman todo a su paso. Viajan por la ciudad, para ser cómplices de lo ilusorio y lo ilícito, porque los jueces ya no tienen ojos, ni manos, ni piernas, como mauras duerme su sueño eterno para despertar sentenciando tercamente a aquellos que se bifurcan o que mueren estáticos frente el sueño.
En este viajar por la ciudad cuando la noche está más intensa, los vendedores de té y café, le cuentan al poeta-poema las historias que se van construyendo en la noche y en cada episodio un poeta surge de lo eterno.
El sujeto poeta ritualiza todo lo vivido, le teme al juez desprovisto de justicia, al mundo postmoderno, se teme a sí mismo cuando lo acaricia el sol conviviendo en los espacios públicos. La luz sangra su cuerpo, muerde el entrecejo de su rostro, un cuchillo de sangre dibuja senos de prostituta donde HERMINIA o en su propio cuarto, donde también viven sus personajes. El mar es una cisterna de sal o más bien un vaivén de soledades, restos de mortandades para el poeta. Cada noche, cada hora, minuto o segundo piensa con claridad en donde estarán los ángeles o las lesbianas, que lo acompañaban al portar del misterio; porque las vírgenes menstrúan y ya no de miedo, lo hacen cansada de ser.
Llueve, al poeta le duele el ojo o la mano cuando escribe. “Y pensar que los ratones vaginan en el agua”. Las complejidades del mundo postmoderno “Calcinarán con su belleza la memoria del hombre”, estos versos eternizan y verbalizan el miedo a ser estiércol del destino, a mirar a atrás porque se vuelve sal su cuerpo o lo atrapa sin lumbradura la torpeza cotidiana. Y ya no habrá ciencia ni belleza presente, solo una triste mirada al mar o la plaza de los padres de la patria. Estatuas de sal sangrando duramente el polvo del tiempo.
El poeta estupra su propia poesía en la metafísica, exterioriza la perversidad, el grado filosófico del destierro; porque él se destierra a sí mismo cuando habla o cuando escribe. Estos poemas no abren el pórtico del misterio. Danzan lo cotidiano. Nos enseñan a caminar por la búsqueda del hombre en su más fina expresión de lo social, en el espejo azul que nos devuelve el rostro infectado por la guerra o el alma desnuda, congelada en la esfera de la serpiente. (Juan Gelabert)
“En los jardines de la lengua” el poeta asiste y nos da vista a una bacanal llena de claroscuros y música o ruidos. La vellonera, potente domadora del espacio y del tiempo, lanza al viento y a la noche los cientos de improperios que dan sentido y forma a ese otro ángulo de la belleza y de la perdición que rara vez se toca, aunque casi siempre se visita. El burdel, con sus santos y sus dioses, pintarrejos de lentejuelas, colorete y vuelos, sale a lo más claro del día, a lucirse y a consumirse hasta el fondo de la copa entre el humo y el perfume que engendran los más ocultos aromas. (René Rodríguez Soriano)
Así se van construyendo nuestros imaginarios sobre la poesía de Pastor de Moya. Porque para él la ciudad se resiste a ser un tumulto de cemento y plazas de silencio, para convertirse en espacio ritual en donde sus pobladores bailan, copulan y expresan íntimamente sus sentimientos y pasiones.
En la oscuridad surgen prontamente y sin ser evocados animales y cosas personificadas, que van a la luna, diciendo lo que el poeta se ha reinventado o lo que se ha reimaginado de sí mismo.
Pastor construye todos los versos-personajes para transitar por los espacios infinitos de la memoria. Su cuarto es un viejo y lánguido espacio en donde los sueños imponen vírgenes para el banquete: las ofrendas al Dios único. El poeta.
Pastor verbaliza todas las hojas que entinta cuando escribe. Esta verbalización le da acciones y movimientos a su poesía, cada poema es un conjunto de mundos que caminan y transforman todo a su paso. Viajan por la ciudad, para ser cómplices de lo ilusorio y lo ilícito, porque los jueces ya no tienen ojos, ni manos, ni piernas, como mauras duerme su sueño eterno para despertar sentenciando tercamente a aquellos que se bifurcan o que mueren estáticos frente el sueño.
En este viajar por la ciudad cuando la noche está más intensa, los vendedores de té y café, le cuentan al poeta-poema las historias que se van construyendo en la noche y en cada episodio un poeta surge de lo eterno.
El sujeto poeta ritualiza todo lo vivido, le teme al juez desprovisto de justicia, al mundo postmoderno, se teme a sí mismo cuando lo acaricia el sol conviviendo en los espacios públicos. La luz sangra su cuerpo, muerde el entrecejo de su rostro, un cuchillo de sangre dibuja senos de prostituta donde HERMINIA o en su propio cuarto, donde también viven sus personajes. El mar es una cisterna de sal o más bien un vaivén de soledades, restos de mortandades para el poeta. Cada noche, cada hora, minuto o segundo piensa con claridad en donde estarán los ángeles o las lesbianas, que lo acompañaban al portar del misterio; porque las vírgenes menstrúan y ya no de miedo, lo hacen cansada de ser.
Llueve, al poeta le duele el ojo o la mano cuando escribe. “Y pensar que los ratones vaginan en el agua”. Las complejidades del mundo postmoderno “Calcinarán con su belleza la memoria del hombre”, estos versos eternizan y verbalizan el miedo a ser estiércol del destino, a mirar a atrás porque se vuelve sal su cuerpo o lo atrapa sin lumbradura la torpeza cotidiana. Y ya no habrá ciencia ni belleza presente, solo una triste mirada al mar o la plaza de los padres de la patria. Estatuas de sal sangrando duramente el polvo del tiempo.
El poeta estupra su propia poesía en la metafísica, exterioriza la perversidad, el grado filosófico del destierro; porque él se destierra a sí mismo cuando habla o cuando escribe. Estos poemas no abren el pórtico del misterio. Danzan lo cotidiano. Nos enseñan a caminar por la búsqueda del hombre en su más fina expresión de lo social, en el espejo azul que nos devuelve el rostro infectado por la guerra o el alma desnuda, congelada en la esfera de la serpiente. (Juan Gelabert)
“En los jardines de la lengua” el poeta asiste y nos da vista a una bacanal llena de claroscuros y música o ruidos. La vellonera, potente domadora del espacio y del tiempo, lanza al viento y a la noche los cientos de improperios que dan sentido y forma a ese otro ángulo de la belleza y de la perdición que rara vez se toca, aunque casi siempre se visita. El burdel, con sus santos y sus dioses, pintarrejos de lentejuelas, colorete y vuelos, sale a lo más claro del día, a lucirse y a consumirse hasta el fondo de la copa entre el humo y el perfume que engendran los más ocultos aromas. (René Rodríguez Soriano)