PREFACIO
Alberto Baquero Nariño es un estudioso que lleva metido en los poros un concepto de historiador que se asoma a los recodos del pasado y asume con valentía la evaluación de los hechos que marcan el Sistema y que no duda en descalificar situaciones y en evaluar a los héroes y anti-héroes bajo una personalísima y controvertida calificación, luego de que descifra documentos y analiza conductas sin miedo y sin supuestos escrúpulos que muchas veces sólo sirvieron para disfrazar y ocultar las verdades de los aconteceres que marcaron la vida del país.
Pero también lo inquietan muchas otras cosas que se relacionan con la cultura colombiana y ha tenido que ver con la música popular en momentos que podríamos calificar de estelares, codo a codo con personajes como Juvenal Cedeño, por ejemplo y como ese incansable trovador que fue Gerardo Arellano, cuando en sus años universitarios colaboró con aquella Estudiantina inmortal que hace años marcó uno de los momentos cumbres del cancionero popular. Y lo motivan también, desde hace tiempo, las emociones y realizaciones del conglomerado que en los Llanos Orientales definen una de las partes más apasionantes del pueblo de Colombia, que estudió con cariño y competencia y compartió en históricas jornadas.
El apellido del autor tiene que ver mucho con la historia de la música colombiana por cuanto fue un Baquero, Eduardo, quien a dúo con Carlos Romero integró uno de los primeros duetos que registró en el surco fonográfico las canciones de la tierra, por allá por el año 11 y hasta se dio el lujo de poner música de pasillo a varias de las "Rimas" de Gustavo Adolfo Becquer. Con la autoridad que le dan al autor su vinculación íntima a los Llanos Orientales, sus músicos, sus poetas populares y toda esa inmensa calidez que se desprende de sus cuatros, arpas y maracas, nos pide que presentemos su estudio sobre el joropo, en la cual, no solamente trata de su estructura melódica y de su historia lejana, casi perdida por completo en la ausencia de fuentes de información y en la amnesia de nuestros especialistas, sino que lo vincula a las transformaciones sociales de la región y lo introduce en el devenir que forja la identidad del pueblo llanero, sus realizaciones y sus frustraciones, a juzgar por los títulos con que llama a cada uno de sus capítulos.
Dentro de nuestro largo caminar por entre los enigmas del cancionero popular colombiano es más bien pocón lo que hemos logrado en torno al joropo, sus intérpretes y su configuración dentro de ese cantar de la tierra que nos apasiona y casi que justifica nuestra presencia en el mundo.
Como en todas estas cosas que se refieren a la canción nativa, nos hemos visto obligados a recurrir a la desmemoriada evocación de viejos cantores populares que es más lo que equivocan que lo que ayudan cuando de historiar se trata. Y a lo que, definitivamente, conforma, si no exactamente, considerando el exactamente como algo indiscutible y aferrado a la exigencia del folclorólogo, por lo menos con aproximaciones de mucha importancia por cuanto aportan un invaluable ya veces seguro valor documental, es el disco fonográfico, que nacido a finales del siglo anterior aporta en el primer cuarto del que estamos a punto de enterrar, realizaciones que permiten por lo menos comparar y definir con respecto a la tradición oral.
Lo anterior nos permite situar por los finales de los años veinte su llegada al interior del país, cabalgando en las máquinas parlantes que reproducían los legendarios discos de alma de cartón y frágil pasta gruesota, que resonaban a 78 revoluciones por minuto mediante la ayuda de las "cuerdas" de acero que movilizaban los platos mágicos que enloquecían a las gentes, lo mismo en los estirados salones señoriales que en las turbias cantinas veredales....
Alberto Baquero Nariño es un estudioso que lleva metido en los poros un concepto de historiador que se asoma a los recodos del pasado y asume con valentía la evaluación de los hechos que marcan el Sistema y que no duda en descalificar situaciones y en evaluar a los héroes y anti-héroes bajo una personalísima y controvertida calificación, luego de que descifra documentos y analiza conductas sin miedo y sin supuestos escrúpulos que muchas veces sólo sirvieron para disfrazar y ocultar las verdades de los aconteceres que marcaron la vida del país.
Pero también lo inquietan muchas otras cosas que se relacionan con la cultura colombiana y ha tenido que ver con la música popular en momentos que podríamos calificar de estelares, codo a codo con personajes como Juvenal Cedeño, por ejemplo y como ese incansable trovador que fue Gerardo Arellano, cuando en sus años universitarios colaboró con aquella Estudiantina inmortal que hace años marcó uno de los momentos cumbres del cancionero popular. Y lo motivan también, desde hace tiempo, las emociones y realizaciones del conglomerado que en los Llanos Orientales definen una de las partes más apasionantes del pueblo de Colombia, que estudió con cariño y competencia y compartió en históricas jornadas.
El apellido del autor tiene que ver mucho con la historia de la música colombiana por cuanto fue un Baquero, Eduardo, quien a dúo con Carlos Romero integró uno de los primeros duetos que registró en el surco fonográfico las canciones de la tierra, por allá por el año 11 y hasta se dio el lujo de poner música de pasillo a varias de las "Rimas" de Gustavo Adolfo Becquer. Con la autoridad que le dan al autor su vinculación íntima a los Llanos Orientales, sus músicos, sus poetas populares y toda esa inmensa calidez que se desprende de sus cuatros, arpas y maracas, nos pide que presentemos su estudio sobre el joropo, en la cual, no solamente trata de su estructura melódica y de su historia lejana, casi perdida por completo en la ausencia de fuentes de información y en la amnesia de nuestros especialistas, sino que lo vincula a las transformaciones sociales de la región y lo introduce en el devenir que forja la identidad del pueblo llanero, sus realizaciones y sus frustraciones, a juzgar por los títulos con que llama a cada uno de sus capítulos.
Dentro de nuestro largo caminar por entre los enigmas del cancionero popular colombiano es más bien pocón lo que hemos logrado en torno al joropo, sus intérpretes y su configuración dentro de ese cantar de la tierra que nos apasiona y casi que justifica nuestra presencia en el mundo.
Como en todas estas cosas que se refieren a la canción nativa, nos hemos visto obligados a recurrir a la desmemoriada evocación de viejos cantores populares que es más lo que equivocan que lo que ayudan cuando de historiar se trata. Y a lo que, definitivamente, conforma, si no exactamente, considerando el exactamente como algo indiscutible y aferrado a la exigencia del folclorólogo, por lo menos con aproximaciones de mucha importancia por cuanto aportan un invaluable ya veces seguro valor documental, es el disco fonográfico, que nacido a finales del siglo anterior aporta en el primer cuarto del que estamos a punto de enterrar, realizaciones que permiten por lo menos comparar y definir con respecto a la tradición oral.
Lo anterior nos permite situar por los finales de los años veinte su llegada al interior del país, cabalgando en las máquinas parlantes que reproducían los legendarios discos de alma de cartón y frágil pasta gruesota, que resonaban a 78 revoluciones por minuto mediante la ayuda de las "cuerdas" de acero que movilizaban los platos mágicos que enloquecían a las gentes, lo mismo en los estirados salones señoriales que en las turbias cantinas veredales....