Arte marcial por excelencia y parte integrante de la tradición guerrera del Japón, a la cual había conferido incluso parte de la nobleza, el Kárate conoció su prueba de fuego en la Segunda Guerra Mundial. Curiosamente, en esta confrontación este arte de lucha salió disminuido y fortalecido a la vez.
La mayoría de los Karatecas que tuvieron que incorporarse al ejército salieron con vida y todos conservaron su patriotismo y orgullo. El Japón de antes de la guerra era la potencia militar y económica más importante de Asia, y al finalizar ésta siguieron conservando su primacía. La sociedad japonesa seguía conservando también el mismo fondo sobre los valores morales, aunque éstos eran normas y costumbres medievales. Sin embargo, durante la guerra, los americanos se sorprendieron al tener como enemigos unos soldados modernizados y eficaces. La tradición no estaba reñida con la eficacia en la guerra.
La formidable máquina de guerra japonesa se demostró altamente eficaz contra los americanos, así como quedó también bien patente el coraje y la valentía de los japoneses. Tanto es así, que fueron numerosos los japoneses que aceptaron combatir con las manos desnudas.
Entrenados con un vigor que no tenía igual, presionados quizá por la propaganda que recibían día y noche, estaban convencidos que serían los ganadores de esa guerra. Además, los soldados contaban con su gran maestría en el kárate, bastante más eficaz que la lucha americana, centrada casi exclusivamente en un boxeo inglés rudimentario.
Sin embargo, su audacia no fue suficiente contra el poderío militar norteamericano, como tampoco lo fue su tendencia al sacrificio. Los "kamikaces" fueron un invento nipón y estaban convencidos de que así servirían al destino de su pueblo. Además, su sacrificio les facilitaría una reencarnación gloriosa y más pronta. Pero su pasión por la gloria les llevó a olvidar elementales reglas de prudencia, como es el hecho de que no se puede volar en medio de un espacio cubierto por las baterías antiaéreas. Esto costó la vida a miles de soldados japoneses.
Una vez consumada la rendición, numerosos karatecas se preguntaron sobre la verdadera eficacia de las artes marciales. Nunca hasta ese momento nadie se había cuestionado la validez del kárate como arte de guerra. Esta modalidad de lucha formaba parte del patrimonio cultural del país y esto ya era suficiente para considerarlo útil y eficaz. Sin embargo, al finalizar la guerra la mayoría de los universitarios que lo practicaban lo abandonaron bruscamente. Llegaron a la conclusión de que las cualidades físicas de un individuo solamente tienen una importancia secundaria y, por tanto, el saber artes marciales no era imprescindible. Esta postura generalizada provocó un estancamiento de las artes marciales japonesas, aunque afortunadamente no fue seguida por la totalidad de los maestros de entonces, los cuales siguieron enseñando y practicando el Kárate dentro y fuera del Japón.
Lo que sí quedó demostrado es que no se debería utilizar tan temerariamente como se hizo durante la guerra. Cuando hay delante un individuo armado con arma de fuego, las técnicas del Kárate no sirven para detener una bala. Es eficaz para la autodefensa y el cuerpo a cuerpo, pero obviamente no lo es contra un fusil ametrallador que dispara diez balas por segundo. El Kárate se comenzó entonces a valorar en su justa medida y pasó a utilizarse en aquellos casos en los que era necesario un buen uso de las armas naturales de nuestro cuerpo, aplicadas por supuesto con buena táctica y técnica. Los comandos americanos que luchaban en la selva y en los suburbios de las ciudades, tuvieron pronto conocimiento de la eficacia de las artes de lucha japonesas.
Una vez finalizada la guerra, estos mismos grupos de comandos asistieron a las demostraciones de los maestros japoneses. Muchos de esos espectadores serían después los que se encargarían de divulgar por el mundo las virtudes del Kárate.
La mayoría de los Karatecas que tuvieron que incorporarse al ejército salieron con vida y todos conservaron su patriotismo y orgullo. El Japón de antes de la guerra era la potencia militar y económica más importante de Asia, y al finalizar ésta siguieron conservando su primacía. La sociedad japonesa seguía conservando también el mismo fondo sobre los valores morales, aunque éstos eran normas y costumbres medievales. Sin embargo, durante la guerra, los americanos se sorprendieron al tener como enemigos unos soldados modernizados y eficaces. La tradición no estaba reñida con la eficacia en la guerra.
La formidable máquina de guerra japonesa se demostró altamente eficaz contra los americanos, así como quedó también bien patente el coraje y la valentía de los japoneses. Tanto es así, que fueron numerosos los japoneses que aceptaron combatir con las manos desnudas.
Entrenados con un vigor que no tenía igual, presionados quizá por la propaganda que recibían día y noche, estaban convencidos que serían los ganadores de esa guerra. Además, los soldados contaban con su gran maestría en el kárate, bastante más eficaz que la lucha americana, centrada casi exclusivamente en un boxeo inglés rudimentario.
Sin embargo, su audacia no fue suficiente contra el poderío militar norteamericano, como tampoco lo fue su tendencia al sacrificio. Los "kamikaces" fueron un invento nipón y estaban convencidos de que así servirían al destino de su pueblo. Además, su sacrificio les facilitaría una reencarnación gloriosa y más pronta. Pero su pasión por la gloria les llevó a olvidar elementales reglas de prudencia, como es el hecho de que no se puede volar en medio de un espacio cubierto por las baterías antiaéreas. Esto costó la vida a miles de soldados japoneses.
Una vez consumada la rendición, numerosos karatecas se preguntaron sobre la verdadera eficacia de las artes marciales. Nunca hasta ese momento nadie se había cuestionado la validez del kárate como arte de guerra. Esta modalidad de lucha formaba parte del patrimonio cultural del país y esto ya era suficiente para considerarlo útil y eficaz. Sin embargo, al finalizar la guerra la mayoría de los universitarios que lo practicaban lo abandonaron bruscamente. Llegaron a la conclusión de que las cualidades físicas de un individuo solamente tienen una importancia secundaria y, por tanto, el saber artes marciales no era imprescindible. Esta postura generalizada provocó un estancamiento de las artes marciales japonesas, aunque afortunadamente no fue seguida por la totalidad de los maestros de entonces, los cuales siguieron enseñando y practicando el Kárate dentro y fuera del Japón.
Lo que sí quedó demostrado es que no se debería utilizar tan temerariamente como se hizo durante la guerra. Cuando hay delante un individuo armado con arma de fuego, las técnicas del Kárate no sirven para detener una bala. Es eficaz para la autodefensa y el cuerpo a cuerpo, pero obviamente no lo es contra un fusil ametrallador que dispara diez balas por segundo. El Kárate se comenzó entonces a valorar en su justa medida y pasó a utilizarse en aquellos casos en los que era necesario un buen uso de las armas naturales de nuestro cuerpo, aplicadas por supuesto con buena táctica y técnica. Los comandos americanos que luchaban en la selva y en los suburbios de las ciudades, tuvieron pronto conocimiento de la eficacia de las artes de lucha japonesas.
Una vez finalizada la guerra, estos mismos grupos de comandos asistieron a las demostraciones de los maestros japoneses. Muchos de esos espectadores serían después los que se encargarían de divulgar por el mundo las virtudes del Kárate.