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    KORALINA (RELATOS ROMÁNTICOS Y FANTÁSTICOS nº 41)

    Por ANA MARTÍNEZ DE LA RIVA MOLINA

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    KORALINA

    CAPÍTULO I

    Soplaba un viento muy fuerte. Las velas de la embarcación estaban demasiado tirantes y me costaba manejar mi barquichuela de pesca. Hoy el mar estaba furioso y me golpeaba fieramente sin consideración contra las escarpadas rocas de la costa norte.

    Necesitaba cambiar el rumbo, no podía ir contracorriente. Cada vez me alejaba más y más del pequeño pueblo de pescadores donde vivía. Comenzaba a asustarme, las enormes olas inundaban la barca y en un arranque de tempestad desaparecieron mis velas. Ya solamente me quedaba rezar y esperar el abrazo de la muerte. No pensé que llegara tan pronto, solamente tenía diecisiete años y en mi vida no había conocido ni siquiera el amor de una familia.

    En Littlefisher, mi pequeña aldea donde había nacido, me echarían mucho de menos y se preocuparían ante mi tardanza. Era para mis queridos vecinos, su amiga, su hermana, su hija, su nieta, su novia, su consejera…Todos ellos me habían criado al quedarme huérfana, cuando mis padres faenando en el mar desaparecieron para siempre.

    Me recogió el párroco de nuestra pequeña comunidad y con la ayuda de su ama de llaves, me cuidaron, educaron y criaron, hasta alcanzar la edad de trabajar con mi pequeño velero.

    He convivido con los aldeanos de Littlefisher, como un miembro muy querido de cada familia. Soy un talismán al que adorar, y yo los amo con todo mi corazón.

    Hoy será un día muy triste en la aldea. Me dejo arrastrar a la deriva, cierro los ojos y espero que pronto las aguas me embullan hasta no dejar rastro de mi existencia.

    Sonrío, cuando una ola me cubre entera. El mar es mi mayor pasión, sin él, estaría perdida. Desde que aprendí a andar, lo primero que hice fue ir al puerto y zambullirme en sus cristalinas aguas. Pensaron que me ahogaría y ante su asombro emergí radiante de felicidad. Desde entonces creen que estoy bendecida y que poseo unos dones sobrenaturales, como si de una sirena se tratara.
    La realidad es que nado y buceo perfectamente sin agotarme por el esfuerzo. Pero desde luego no soy un pez con escamas, aletas y cola. Y las historias de hermosas mujeres, mitad humanas y mitad peces, no tienen nada que ver con mi aspecto. Soy una joven como otra cualquiera, con el cabello muy rubio casi albino, largo y rizado. Mi piel es tostada por las horas que paso navegando y expuesta al viento y a la naturaleza. Mis ojos son del color de los jazmines azules, como los que adornan las ventanas de las casitas de los pescadores. Mi nariz es recta, mis labios son carnosos de un tono sonrosado. Unos hoyuelos en mi cara en forma de corazón, aparecen cuando sonrío, dándome un aspecto de picaruela. Y mi mentón redondeado suaviza mis facciones, pareciendo una chiquilla.

    Los movimientos del oleaje son tan bruscos, que de un momento a otro saldré volando por la borda y será mi fin. Aunque mi constitución aparenta fragilidad por mi delgadez y altura, estoy acostumbrada al trabajo duro de pescadora. Desde que tengo uso de razón he faenado en nuestras aguas al principio acompañada por algún lugareño y hace tres años me manejo sola.

    Nunca he comentado en Littlefisher a mis queridos aldeanos, que en la profundidad del mar, me lanzo hacia su oscuridad, buceando y mimetizándome, con todas las maravillosas formas de vida que allí habitan. Me entusiasma contemplar los corales, los pececillos, alguna simpática tortuga, los crustáceos, pequeños tiburones inofensivos, las algas, las esponjas, las formas de las rocas, la arena, flores de mil y un colores…

    Un fuerte rugido del mar, como salido de los infiernos, partió mi barquita en dos y como si mi mente saliera de mi cuerpo, contemplaba como me iba hundiendo más y más hasta perderme en las tinieblas de su inmensidad…


    CAPÍTULO II

    Las campanas de la torre de la Iglesia empezaron a resonar por toda la aldea. Con el impulso de mis escasas fuerzas, llamé a todo Littlefisher, mis queridos parroquianos, para que me ayudaran. Estaba desesperado, nuestra pequeña Korali
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