LA ABADÍA
CAPÍTULO I
La Madre Superiora estaba rezando el rosario en sus dependencias. Las novicias nos preparábamos para tomar los Hábitos; cada una permanecía en su celda reflexionando sobre la importancia del paso que íbamos a dar.
Tengo diecisiete años y siempre he vivido en la Abadía Tart-L’Abbaye, de la Orden Cisterciense.
Mi madre, una joven hija de párroco, murió al darme la vida. Mi padre, un rico noble se iba a casar con una condesa, fue él quién me entregó al cuidado de la Abadesa, a cambio de dinero.
No conozco a nadie de mi familia, nunca he salido del claustro.
Hoy es el día que me entrego a Dios para siempre.
Estoy arrodillada y convencida de mi amor a Cristo.
Deseo ayudar a otras Novicias en su preparación eclesiástica y cultural. Es una pasión desde muy pequeña. La Madre Superiora, ante mi inteligencia, me había prestado una atención especial. Ha cultivado mi mente en todas las artes. No existe materia que no domine. Me entrego con fervor al conocimiento, la pintura y la escritura. Muchos manuscritos he copiado e ilustrado con mi primorosa pluma. Soy una copista en la Biblioteca.
Cogí unas tijeras, había llegado el momento de entregarme como la esposa de Dios. Mi larga cabellera, hasta la espalda, sería cortada, como una liberación en mi condición de Novicia.
Un gran revuelo se escuchó el en Patio de la Abadía. Oí, gritos de desesperación.
Corriendo salí de mi celda ante tal alboroto.
Nos cruzábamos unas Hermanas con otras, con caras de preocupación si saber qué ocurría realmente.
El escándalo provenía del Patio Central.
Al llegar allí encontré a unos hombres vociferando.
Proclamaban venir en nombre del Señor y enviados por la Santa Inquisición.
Una bruja vivía en El Convento, la cual era seguidora de Satanás.
Iba a darme la vuelta y a correr, cuando un grito, me dejó paralizada.
-¡Alto, bruja enviada por el Demonio!
¿Se estaría refiriendo a mí?
Muy despacio continué andando. Fue en vano.
Con un saco me cubrieron la cabeza, antes de poder escapar o decir ni una sola palabra, me estaban atando las manos.
Oía exclamaciones horrorizadas de las Novicias y de la Abadesa, intentando defenderme de mis secuestradores.
Unos fuertes golpes retumbaron por todo El Claustro.
-¡Callaros todas viejas brujas si no queréis que también os llevemos para ser juzgadas y condenadas a morir en la hoguera!
¡Soldados apaleadlas, no soporto el griterío!
Estaba aterrorizada sin ver nada y escuchando semejante maltrato. Rebotaba en mi malhechor, golpeándome contra él.
CAPÍTULO II
Me tiraron en una especie de carro y oí el cierre de unos hierros. Comenzó a moverse con un tiro de animales.
Intenté levantarme y quedarme sentada, choqué contra otro cuerpo.
-Lo siento. No veo nada, tengo un saco en la cabeza y las manos atadas.
-Yo estoy en la misma situación.
Una voz masculina y profunda me habló.
-¿Vos comprendéis lo que está ocurriendo en nuestro Convento?
Me han hecho prisionera sin entender el motivo y me han acusado de brujería.
-Soy monje, en un Monasterio no muy lejos de aquí, llegaron a primera hora de la mañana y también me obligaron a acompañarles. Me acusaron de herejía y no sé cuantas cosas más, en nombre de la Santa Inquisición.
-¡Es horrible! ¿Qué podemos hacer? Nos mataran sin podernos defender. Nos han raptado sin motivos por el simple hecho de servir a Nuestro Señor.
CAPÍTULO I
La Madre Superiora estaba rezando el rosario en sus dependencias. Las novicias nos preparábamos para tomar los Hábitos; cada una permanecía en su celda reflexionando sobre la importancia del paso que íbamos a dar.
Tengo diecisiete años y siempre he vivido en la Abadía Tart-L’Abbaye, de la Orden Cisterciense.
Mi madre, una joven hija de párroco, murió al darme la vida. Mi padre, un rico noble se iba a casar con una condesa, fue él quién me entregó al cuidado de la Abadesa, a cambio de dinero.
No conozco a nadie de mi familia, nunca he salido del claustro.
Hoy es el día que me entrego a Dios para siempre.
Estoy arrodillada y convencida de mi amor a Cristo.
Deseo ayudar a otras Novicias en su preparación eclesiástica y cultural. Es una pasión desde muy pequeña. La Madre Superiora, ante mi inteligencia, me había prestado una atención especial. Ha cultivado mi mente en todas las artes. No existe materia que no domine. Me entrego con fervor al conocimiento, la pintura y la escritura. Muchos manuscritos he copiado e ilustrado con mi primorosa pluma. Soy una copista en la Biblioteca.
Cogí unas tijeras, había llegado el momento de entregarme como la esposa de Dios. Mi larga cabellera, hasta la espalda, sería cortada, como una liberación en mi condición de Novicia.
Un gran revuelo se escuchó el en Patio de la Abadía. Oí, gritos de desesperación.
Corriendo salí de mi celda ante tal alboroto.
Nos cruzábamos unas Hermanas con otras, con caras de preocupación si saber qué ocurría realmente.
El escándalo provenía del Patio Central.
Al llegar allí encontré a unos hombres vociferando.
Proclamaban venir en nombre del Señor y enviados por la Santa Inquisición.
Una bruja vivía en El Convento, la cual era seguidora de Satanás.
Iba a darme la vuelta y a correr, cuando un grito, me dejó paralizada.
-¡Alto, bruja enviada por el Demonio!
¿Se estaría refiriendo a mí?
Muy despacio continué andando. Fue en vano.
Con un saco me cubrieron la cabeza, antes de poder escapar o decir ni una sola palabra, me estaban atando las manos.
Oía exclamaciones horrorizadas de las Novicias y de la Abadesa, intentando defenderme de mis secuestradores.
Unos fuertes golpes retumbaron por todo El Claustro.
-¡Callaros todas viejas brujas si no queréis que también os llevemos para ser juzgadas y condenadas a morir en la hoguera!
¡Soldados apaleadlas, no soporto el griterío!
Estaba aterrorizada sin ver nada y escuchando semejante maltrato. Rebotaba en mi malhechor, golpeándome contra él.
CAPÍTULO II
Me tiraron en una especie de carro y oí el cierre de unos hierros. Comenzó a moverse con un tiro de animales.
Intenté levantarme y quedarme sentada, choqué contra otro cuerpo.
-Lo siento. No veo nada, tengo un saco en la cabeza y las manos atadas.
-Yo estoy en la misma situación.
Una voz masculina y profunda me habló.
-¿Vos comprendéis lo que está ocurriendo en nuestro Convento?
Me han hecho prisionera sin entender el motivo y me han acusado de brujería.
-Soy monje, en un Monasterio no muy lejos de aquí, llegaron a primera hora de la mañana y también me obligaron a acompañarles. Me acusaron de herejía y no sé cuantas cosas más, en nombre de la Santa Inquisición.
-¡Es horrible! ¿Qué podemos hacer? Nos mataran sin podernos defender. Nos han raptado sin motivos por el simple hecho de servir a Nuestro Señor.