Aunque las leyendas digan lo contrario, solo tengo un nombre: James Dufois, de madre inglesa y de padre francés. Mi madre murió cuando yo nací y mi padre me abandonó al cargo de mi abuela, dueña de la taberna de Punta de Sales donde trabajé desde niño hasta que ingresé en la escuela superior de cartografía. Y así, durante mis primeras prácticas en mar abierto, fui capturado por el capitán Stevens. Nunca había tratado con un pirata reconocido ni con un capitán que no supiera leer un mapa. Entonces me hizo elegir entre saltar a los tiburones o unirme a su tripulación, y como mis compañeros saltaron al instante, yo no sabía nadar y lo cierto es que siempre quise ser un explorador distinguido, me convertí en el vigía temporal de un bergantín pirata. Todavía no sé manejar los aparejos de una nave ni acertar con un arma de fuego, pero desde entonces hasta hoy me han puesto distintos nombres según las leyendas que nunca he sido. Y si bien ya es tarde para desmentirlas, y más me vale que me crean muerto, al menos tengo la oportunidad de contar la verdadera leyenda que otros fueron por mí.
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