No sé si esta novela es “negra”, ya que el concepto de “negro” es sumamente amplio, y va desde el horror a la más pura historia de detectives. Yo diría que es “oscura”, puesto que versa sobre gentes comunes, envueltas en un embrollo bastante insólito, una pelea por el monopolio del comercio del vello púbico. Claro que, al estar involucrados en un enredo nada normal, se convierten en seres anormales. Quizá lo verdaderamente anormal sea que tanto bicho raro quepa en un pueblo tan pequeño.
¿Sabe el lector que en algunos lugares de Hispanoamérica hay pueblos en los que la mayoría de la población vive de la prostitución? Ésa si es industria sin chimeneas, y no solamente funciona en Tailandia.
-Eso nos indica que lo mataron para robarle. Quizá el reloj era lo único de valor que tenía.
-O el asesino es otro mendigo, y, para él, cualquier cosa es suficiente.
-También llevaba una medalla al cuello – apuntó el forense que inspeccionaba el cadáver-. Se la arrancaron con violencia.
-Eso ya es mucha fortuna para un mendigo- dijo un detective.
-No sabemos si era de valor o una simple cadena de hierro – opinó el otro-. ¿Podemos saber si es de oro, doctor?
-Déjame ver.
El médico puso una lupa sobre el cuello del cadáver. Allí había una pequeña marca, la que le hacía deducir que llevaba una cadena que le fue arrancada con violencia.
-Es solamente una rozadura – dijo-. No creo que el metal, cualquiera que sea, haya dejado un indicio en ese punto. Lo analizaremos con más minuciosidad, pero dudo mucho que logremos algo. Hay algunos detalles que me llaman la atención.
-¿Cómo cuáles?
-La ropa no está raída. Me refiero a la antigüedad de la tela. Sucia y con varios mordiscos, pero la de la espalda está casi nueva. Y las manos y los pies.
-¿Qué tienen?
-Unas uñas muy cuidadas. No es normal en un mendigo.
-Un mendigo con manicure – dijo uno de los detectives-. ¿Sugiere que no sea un mendigo?
-Yo diría que quizá alguien le cambió la ropa.
-Podría ser. Pero no parece lógico dejarle un traje casi nuevo. A no ser que el suyo estuviese aún mejor - dedujo un detective.
-Así que no sólo le robaron el reloj y la cadena – opinó el otro-. ¿Los zapatos no le quedan grandes?
El detective que notó tal pormenor cogió un zapato, que el forense le quitó al muerto, para verle los pies. El policía volvió a ponérselo al difunto. Le entró sin ningún esfuerzo.
-Son de, al menos, dos números más.
El forense volvió a agacharse, y observó el cuello de la chaqueta del difunto. Los dos detectives hicieron lo mismo. Los tres observaron sangre en el cuello de la chaqueta.
-Cuando le dieron con la piedra, tenía ya puesta la chaqueta – dijo el doctor.
-Le queda bastante grande. Y lo mismo el pantalón – observó un detective.
-Si ya la tenía puesta, cuando le dieron de pedradas, él mismo hizo el cambio.
-¿Voluntariamente?
-Posiblemente le amenazaron, y tuvo que acceder.
-Eso suena bien- dijo el otro detective-. Y una vez efectuado el cambio, lo mataron.
-Pero le arrancaron la medalla- recordó el forense.
-Eso pudo suceder antes. ¿O no?
-Sí – aceptó el forense-. Veamos los dedos.
-¿Espera que tuviera un anillo?
-No sería nada extraño. Si consideramos la manicure, todo es posible. Anular de la mano izquierda. Tiene la marca. Un hombre casado.
-Así que no es un mendigo, y está casado – detalló uno de los detectives-. No tardará su familia en acudir a nosotros, en la ciudad que sea.
-Sabremos quién es, pero será un poco difícil averiguar quién lo mató.
-Yo diría que el asesino medía, por lo menos un metro noventa, y era de constitución muy robusta. ¿No le parece, doctor?
El médico tenía un metro en las manos. Tomó la medida del pantalón, desde la cintura al dobladillo, y luego se acercó al detective más alto, a quien le preguntó:
-¿Cuánto mide usted?
-Uno setenta y seis, más o menos.
-Yo diría que el asesino le supera en unos quince centímetros, la mitad en las extremidades inferiores y el resto en el cuerpo. Veamos las mangas
¿Sabe el lector que en algunos lugares de Hispanoamérica hay pueblos en los que la mayoría de la población vive de la prostitución? Ésa si es industria sin chimeneas, y no solamente funciona en Tailandia.
-Eso nos indica que lo mataron para robarle. Quizá el reloj era lo único de valor que tenía.
-O el asesino es otro mendigo, y, para él, cualquier cosa es suficiente.
-También llevaba una medalla al cuello – apuntó el forense que inspeccionaba el cadáver-. Se la arrancaron con violencia.
-Eso ya es mucha fortuna para un mendigo- dijo un detective.
-No sabemos si era de valor o una simple cadena de hierro – opinó el otro-. ¿Podemos saber si es de oro, doctor?
-Déjame ver.
El médico puso una lupa sobre el cuello del cadáver. Allí había una pequeña marca, la que le hacía deducir que llevaba una cadena que le fue arrancada con violencia.
-Es solamente una rozadura – dijo-. No creo que el metal, cualquiera que sea, haya dejado un indicio en ese punto. Lo analizaremos con más minuciosidad, pero dudo mucho que logremos algo. Hay algunos detalles que me llaman la atención.
-¿Cómo cuáles?
-La ropa no está raída. Me refiero a la antigüedad de la tela. Sucia y con varios mordiscos, pero la de la espalda está casi nueva. Y las manos y los pies.
-¿Qué tienen?
-Unas uñas muy cuidadas. No es normal en un mendigo.
-Un mendigo con manicure – dijo uno de los detectives-. ¿Sugiere que no sea un mendigo?
-Yo diría que quizá alguien le cambió la ropa.
-Podría ser. Pero no parece lógico dejarle un traje casi nuevo. A no ser que el suyo estuviese aún mejor - dedujo un detective.
-Así que no sólo le robaron el reloj y la cadena – opinó el otro-. ¿Los zapatos no le quedan grandes?
El detective que notó tal pormenor cogió un zapato, que el forense le quitó al muerto, para verle los pies. El policía volvió a ponérselo al difunto. Le entró sin ningún esfuerzo.
-Son de, al menos, dos números más.
El forense volvió a agacharse, y observó el cuello de la chaqueta del difunto. Los dos detectives hicieron lo mismo. Los tres observaron sangre en el cuello de la chaqueta.
-Cuando le dieron con la piedra, tenía ya puesta la chaqueta – dijo el doctor.
-Le queda bastante grande. Y lo mismo el pantalón – observó un detective.
-Si ya la tenía puesta, cuando le dieron de pedradas, él mismo hizo el cambio.
-¿Voluntariamente?
-Posiblemente le amenazaron, y tuvo que acceder.
-Eso suena bien- dijo el otro detective-. Y una vez efectuado el cambio, lo mataron.
-Pero le arrancaron la medalla- recordó el forense.
-Eso pudo suceder antes. ¿O no?
-Sí – aceptó el forense-. Veamos los dedos.
-¿Espera que tuviera un anillo?
-No sería nada extraño. Si consideramos la manicure, todo es posible. Anular de la mano izquierda. Tiene la marca. Un hombre casado.
-Así que no es un mendigo, y está casado – detalló uno de los detectives-. No tardará su familia en acudir a nosotros, en la ciudad que sea.
-Sabremos quién es, pero será un poco difícil averiguar quién lo mató.
-Yo diría que el asesino medía, por lo menos un metro noventa, y era de constitución muy robusta. ¿No le parece, doctor?
El médico tenía un metro en las manos. Tomó la medida del pantalón, desde la cintura al dobladillo, y luego se acercó al detective más alto, a quien le preguntó:
-¿Cuánto mide usted?
-Uno setenta y seis, más o menos.
-Yo diría que el asesino le supera en unos quince centímetros, la mitad en las extremidades inferiores y el resto en el cuerpo. Veamos las mangas