¿Por qué o para qué se escribe?
¿Por la fama, por la gloria?
La recompensa que puede conseguir el que se dedica manchar con tinta el papel, imaginando historias entretenidas de encantadores personajes que solo existen en su mente de artista, es que, algún día pueda conocer a las musas, a doña Erato o algunas de sus hermanas, para procrear con ellas, y en un parto espiritual traer al mundo un protagonista hablantín y simpático, que haga las delicias de los lectores; que tenga la candidez de Tom Sawyer, mezclada con la astucia del Buscón y las ganas de la madame Bovary, para, con un híbrido de esta naturaleza crear un best seller, y vivir dulce, descansada y apaciblemente el resto de la vida, dedicado solo al arte y por el arte.
Las preguntas más difíciles que siempre se hace el cuentista antes de comenzar a escribir son: ¿quién leerá estas pobres líneas? ¿Gustará al pueblo popular, o solo a la élite más culta?, en fin, en donde terminarán tantas horas de esfuerzo robadas a la placidez de la holganza, ¿en el basurero?, ¿en la imprenta? Sin embargo, qué diablos interesa, pocos son en realidad los que leerán la obra terminada, y menos aún los que la entenderán, así que, lo importante es que tenga una muy bonita presentación con letras doradas y una obra de arte como portada, un gran despliegue comercial, y la compren los petulantes para ostentarlo en sus bibliotecas, para darse un aire de gente culta y refinada, y así, la inversión en la edición no se pierda por completo.
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Fue el mejor de los tiempos, fue la estación de la luz, fue la primavera…
Volver la mirada atrás, regresar hacia el pasado en un viaje sentimental en el tiempo hasta aquella edad de la insensatez, es tornar a beber de la copa del dolor el tósigo agridulce del amor, que dio la vida y también la muerte a las frágiles ilusiones que tejimos en nuestro corazón, rosas y espinas precoces cuyo aroma se escapa aún, etéreo, de esos jardines tan distantes.
Evocar esa época heroica cuando todo es fácil y también difícil, es revivir las locuras y desatinos de los que estuvo llena, y también las luminosas horas de alegría, de esperanzas y sueños que pasaron esplendentes por nuestro cielo juvenil tachonado de celajes rosas, espejismos del encanto de la vida que huyeron al finalizar la adolescencia.
A través de la niebla del tiempo y de la mano de mi mala memoria traigo hasta el presente este sumario de la época en que vivimos, resultante de la generación BEAT (entre beatíficos y pacíficos), escritores estadounidenses de la década de los 50, que con su literatura subversiva dieron origen al movimiento de “Contracultura”; fueron determinantes en la conformación de la personalidad de todos los que nacimos en aquellos años. Jack Kerouac en su famosa novela: “En el Camino”; nos enseñó el camino con sus personajes: Sal Paradise y Dean moriarty, viajando como gitanos sin destino a través del gran país del norte, con mujeres, alcohol y droga, moldearon nuestros sueños de muchachos que solo queríamos conocer el mundo con el Sol, el viento y el frío golpeando el rostro curtido, disfrutando de todo y escuchando música de los Beatles y de los Iracundos.
Las muchas crisis de identidad de la juventud, la zozobra de no saber quiénes somos, de no saber quiénes queremos ser, cómo y qué aspiramos ser, facilitó para que el movimiento de Contracultura impusiera la moda, entonces, quisimos ser como ellos, con sus largos cabellos, su vestimenta inaudita, y sobre todo el poco amor por la vida si no era divertida y en el bar.
¿Por la fama, por la gloria?
La recompensa que puede conseguir el que se dedica manchar con tinta el papel, imaginando historias entretenidas de encantadores personajes que solo existen en su mente de artista, es que, algún día pueda conocer a las musas, a doña Erato o algunas de sus hermanas, para procrear con ellas, y en un parto espiritual traer al mundo un protagonista hablantín y simpático, que haga las delicias de los lectores; que tenga la candidez de Tom Sawyer, mezclada con la astucia del Buscón y las ganas de la madame Bovary, para, con un híbrido de esta naturaleza crear un best seller, y vivir dulce, descansada y apaciblemente el resto de la vida, dedicado solo al arte y por el arte.
Las preguntas más difíciles que siempre se hace el cuentista antes de comenzar a escribir son: ¿quién leerá estas pobres líneas? ¿Gustará al pueblo popular, o solo a la élite más culta?, en fin, en donde terminarán tantas horas de esfuerzo robadas a la placidez de la holganza, ¿en el basurero?, ¿en la imprenta? Sin embargo, qué diablos interesa, pocos son en realidad los que leerán la obra terminada, y menos aún los que la entenderán, así que, lo importante es que tenga una muy bonita presentación con letras doradas y una obra de arte como portada, un gran despliegue comercial, y la compren los petulantes para ostentarlo en sus bibliotecas, para darse un aire de gente culta y refinada, y así, la inversión en la edición no se pierda por completo.
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Fue el mejor de los tiempos, fue la estación de la luz, fue la primavera…
Volver la mirada atrás, regresar hacia el pasado en un viaje sentimental en el tiempo hasta aquella edad de la insensatez, es tornar a beber de la copa del dolor el tósigo agridulce del amor, que dio la vida y también la muerte a las frágiles ilusiones que tejimos en nuestro corazón, rosas y espinas precoces cuyo aroma se escapa aún, etéreo, de esos jardines tan distantes.
Evocar esa época heroica cuando todo es fácil y también difícil, es revivir las locuras y desatinos de los que estuvo llena, y también las luminosas horas de alegría, de esperanzas y sueños que pasaron esplendentes por nuestro cielo juvenil tachonado de celajes rosas, espejismos del encanto de la vida que huyeron al finalizar la adolescencia.
A través de la niebla del tiempo y de la mano de mi mala memoria traigo hasta el presente este sumario de la época en que vivimos, resultante de la generación BEAT (entre beatíficos y pacíficos), escritores estadounidenses de la década de los 50, que con su literatura subversiva dieron origen al movimiento de “Contracultura”; fueron determinantes en la conformación de la personalidad de todos los que nacimos en aquellos años. Jack Kerouac en su famosa novela: “En el Camino”; nos enseñó el camino con sus personajes: Sal Paradise y Dean moriarty, viajando como gitanos sin destino a través del gran país del norte, con mujeres, alcohol y droga, moldearon nuestros sueños de muchachos que solo queríamos conocer el mundo con el Sol, el viento y el frío golpeando el rostro curtido, disfrutando de todo y escuchando música de los Beatles y de los Iracundos.
Las muchas crisis de identidad de la juventud, la zozobra de no saber quiénes somos, de no saber quiénes queremos ser, cómo y qué aspiramos ser, facilitó para que el movimiento de Contracultura impusiera la moda, entonces, quisimos ser como ellos, con sus largos cabellos, su vestimenta inaudita, y sobre todo el poco amor por la vida si no era divertida y en el bar.
