PABLO Verlaine tenêa una sed fatal, una sed monstruosa y suicida, y bebiï hasta la muerte. Tal vez oêa la voz de una sirena fabulosa en el fondo glauco del ajenjo. El ruiseíor protervo iba al cafæ D”Harcourt y bebêa, bebêa’ Las cuartillas aguardaban en una carpeta, junto al tintero feo, mezquino, de fosforero de cafæ. El rincïn era un suave remanso melancïlico en el triunfo de luz y de sonidos del loco Parês. A veces, con el hïrrido tintero y la pluma oxidada, que manoseaba el vulgo mÞs gÞrrulo, Verlaine escribêa un poema de maravilla. Pocas veces podêa pagar sus ajenjos. Cuando llegaban algunos admiradores, algunos amigos, el poeta, tristemente borracho, pedêa dinero. Despuæs, a la alta noche, en las tabernas de apaches y de meretrices, a la hora de la fatiga del amor callejero, Verlaine arrojaba los luises que habêa demandado, como una lluvia de oro, sobre la dolorida canalla. Asê sus versos eran una lluvia de estrellas sobre los vulgos que aullaban y le ofendêan al verle pasar borracho por su lado. En su barrio tenêa una popularidad grotesca. Era un viejo loco, beodo y mal vestido, que arrojaba dinero a la chiquillerêa, que hacêa befa de su extraía liberalidad y le tiraba piedras. Cuando muriï, las comadres hicieron grandes aspavientos viendo llegar coches blasonados y fulgentes uniformes. Creêan que su vecino no era sino un mendigo estrafalario. Y espiritualmente no era tampoco muy bien conocido: Car elle me comprend et mon cˆur transparent pour elle seule, hælas, cesse d”çtre un problåme. Para esa desconocida, rubia o morena o roja, su corazïn transparente cesï de ser un problema, para ella sola’ ; pero ella no existiï jamÞs. Para sus contemporÞneos…a excepciïn de pocos nobles espêritus…fuæ un gran poeta que tenêa un defecto, se emborrachaba y hacêa una vida absurda: Derrochï sus felices dotes naturales, que hubiese podido desarrollar para bien de su obra y de su reputaciïn, haciendo una vida mÞs metïdica
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