Rosamunde se convenció al fin de que cualquier esposa honrada como ella, y sin importar su cuna, intentaría lo que fuera, lícito o ilícito, para salvar el patrimonio familiar, para evitar que el fruto de su esfuerzo y la esperanza de tantas familias fuera a parar a manos extrañas, a poder de una oscura secta religiosa. Pero... ¿sería ella capaz de llegar incluso al adulterio? Y, a pesar del respeto que profesaba a su marido, ¿sería capaz de concebir con otro hombre -con cualquier hombre- el heredero que la familia necesitaba?
Un desgraciado suceso marcó a Rosamunde Overton demasiado pronto, un accidente que dejó marcas indelebles en su rostro..., y en su espíritu. Joven y sana aún, de hermosos ojos y piel de seda, sólo encontró, no obstante, un viejo pretendiente dispuesto a desposarla, y a él se dedicó con abnegación y respeto. Hasta que la evidencia de que el futuro era incierto la forzó a actuar: debía engendrar un hijo a cualquier precio. Con esa intención asistió, tocada con un antifaz, a una desenfrenada fiesta.
DESPERTAR, RECORDAR
Lord Brand Malloren despertó en una cama que no le era conocida. No recordaba nada, sólo sabía que le dolía el cuerpo como si sobre él hubiera desfilado la caballería ligera. ¿Debía creer a aquella mujer que ocultaba el rostro tras un antifaz veneciano y que le decía que lo había encontrado en medio de una charca, a punto de ahogarse, a un lado del camino, de noche y tan borracho que había perdido el conocimiento? Porque si en verdad le había salvado la vida al recogerlo, bien podría hacer lo que ella le pedía, aunque fuera...