Madeleine Randwick era su rehén y una manera de conseguir lo que quisiera del hermano de ella. Como parte importante de las peligrosas y complicadas políticas fronterizas, Alexander de Ullyot, señor de Ashblane, no iba a tener reparos en usar a la joven para su propio beneficio. Además, debía acabar con ella igual que quería acabar con su hermano. Pero no podía hacerlo... Quizá fuera su melena de fuego la culpable o el suave tono de su voz que lo tenía hechizado. Sabía que esa mujer iba a ser un peligro, pero le intrigaba su testarudez y el empeño con que buscaba independencia.
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