Bajo una apariencia caprichosa y paradójica, las páginas de crítica y estética de Oscar Wilde quizá sean lo más original y perdurable de toda su obra. No sólo nos ofrecen un ejemplo perfecto de lo que debió de ser el Wilde conversador sino que la mayoría de sus ideas, que tanto escandalizaron en su época, han cobrado una vigencia asombrosa con el paso del tiempo. La decadencia de la mentira (1889), el texto predilecto de Wilde, y sin duda el mejor de todos sus escritos de crítica estética, es una brillante diatriba contra el arte realista de su tiempo, que mediante el «culto monstruoso de los hechos» pretende ser el espejo de la vida con toda exactitud. Para Wilde, sus cultivadores «acaban por escribir novelas tan semejantes a la vida que no hay modo de creer en su verosimilitud». Por eso, el Arte nunca debe imitar a la vida, pues «el Arte no expresa nunca otra cosa que a sí mismo». En el momento en que el Arte renuncia a su medio imaginativo, está abocado a un completo fracaso. Lo que hay que hacer «como un deber ineludible es intentar la renovación del antiguo arte de la Mentira», pues la Mentira es la más alta modalidad y el fin propio de todo Arte que se precie y conozca su más íntima naturaleza.
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