La Eneida nace cuando en Roma se acaba de inaugurar un régimen político nuevo. Las guerras civiles han llegado a su fin, el Senado proclama a Augusto, añadiéndole el título de Caesar Imperator, se abre una época de paz y prosperidad y, como todos los grandes hacedores de Estados, el nuevo emperador quiere que el tiempo de su dominio se comprenda como algo que se venía gestando desde el principio de los tiempos por la acción inexorable de los hados y los dioses. Entonces empieza Virgilio a escribir la Eneida.
Once años dedicó a la tarea, pero la muerte llamó a su puerta antes de acabarla, por lo que rogó a sus amigos que la quemaran. Tenía demasiado amor a la perfección y no podía aceptar que quedara incompleta y sin pulir ante las futuras generaciones. Pero el propio Augusto prohibió que se cumpliera el ruego del poeta y ordenó que el poema se publicara.
La Eneida no es, pues, como la Ilíada o la Odisea, el fruto de un lento trabajo de muchas generaciones de rapsodas que han encomendado a la memoria y la tradición oral una ingente cantidad de versos que un Homero se encargará algún día de recoger y sistematizar. La Eneida ha salido de la pluma de un solo poeta lírico que, más que referirse al pasado, mira con esperanza el destino que espera a su querida Roma. Cosa diferente es que el príncipe la viera como algo providencial y la utilizara como justificación de su principado.
Once años dedicó a la tarea, pero la muerte llamó a su puerta antes de acabarla, por lo que rogó a sus amigos que la quemaran. Tenía demasiado amor a la perfección y no podía aceptar que quedara incompleta y sin pulir ante las futuras generaciones. Pero el propio Augusto prohibió que se cumpliera el ruego del poeta y ordenó que el poema se publicara.
La Eneida no es, pues, como la Ilíada o la Odisea, el fruto de un lento trabajo de muchas generaciones de rapsodas que han encomendado a la memoria y la tradición oral una ingente cantidad de versos que un Homero se encargará algún día de recoger y sistematizar. La Eneida ha salido de la pluma de un solo poeta lírico que, más que referirse al pasado, mira con esperanza el destino que espera a su querida Roma. Cosa diferente es que el príncipe la viera como algo providencial y la utilizara como justificación de su principado.