“La dicha de la vida consiste en tener siempre algo que hacer, alguien a quien amar y alguna cosa que esperar”, según nos recordaba Thomas Chalmers. Y a esa esperanza se aferra el arquitecto protagonista de la novela cuando tacha los días en el calendario con la ilusión de que llegue pronto eso que espera para ser feliz, aunque no sepa qué es. Y mientras aguarda va tachando los días en el almanaque y tiene que afrontar la aparición del cadáver de una mujer emparedada en el edifico que reforma, que pudo ser asesinada, y que se oponía al proyecto pues quería mantener el espíritu del creador. Los demás vecinos no se ponen de acuerdo en cómo se han de colocar los nuevos tabiques, discrepan, mientras el arquitecto proyecta una y otra vez su nueva ubicación aun sabiendo que el edifico, como el mundo, se puede mejorar pero sin poder tocar los pilares y los muros de carga, es decir, la libertad del ser humano.
Al protagonista se le complica más la vida cuando lo acosa una chica sumisa que quiere dominarlo y se ve además obligado a investigar la muerte de varias personas en una peligrosa curva, incluido su mejor amigo, que la policía achaca a una “viuda negra”. Y mientras lo hace se queda prendado de otra compañera que lo seduce pero que tiene un vicio, confesable, que lo puede llevar a la perdición. Pero él sigue cambiando tabiques del edificio en un tejer y destejer que lo mantiene preso, como Sísifo, en una obra sin fin, mientras sigue tachando con ansiedad todos los días en el calendario para acelerar que llegue eso que debe hacerlo feliz.
Quizás sea la chica que quiere ser ‘suya’ o la compañera con un vicio muy confesable que lo hace ‘suyo’. O la tremebunda sospecha de que en realidad eso que tiene que llegar para ser feliz es lo que ya han conocido los suicidas y por eso se quitan la vida pues ya saben que lo que se espera no merece la pena, no merece la vida. Pero el protagonista, por fin, deja de tachar los días en el calendario.
La novela trata con ironía y mordacidad el existencialismo humano, los pecados capitales o la entrega por amor mientras un daltónico suele discutir con un amigo sobre el color de un semáforo y suenan reiteradamente las campanas de una iglesia llamando a misa.
Al protagonista se le complica más la vida cuando lo acosa una chica sumisa que quiere dominarlo y se ve además obligado a investigar la muerte de varias personas en una peligrosa curva, incluido su mejor amigo, que la policía achaca a una “viuda negra”. Y mientras lo hace se queda prendado de otra compañera que lo seduce pero que tiene un vicio, confesable, que lo puede llevar a la perdición. Pero él sigue cambiando tabiques del edificio en un tejer y destejer que lo mantiene preso, como Sísifo, en una obra sin fin, mientras sigue tachando con ansiedad todos los días en el calendario para acelerar que llegue eso que debe hacerlo feliz.
Quizás sea la chica que quiere ser ‘suya’ o la compañera con un vicio muy confesable que lo hace ‘suyo’. O la tremebunda sospecha de que en realidad eso que tiene que llegar para ser feliz es lo que ya han conocido los suicidas y por eso se quitan la vida pues ya saben que lo que se espera no merece la pena, no merece la vida. Pero el protagonista, por fin, deja de tachar los días en el calendario.
La novela trata con ironía y mordacidad el existencialismo humano, los pecados capitales o la entrega por amor mientras un daltónico suele discutir con un amigo sobre el color de un semáforo y suenan reiteradamente las campanas de una iglesia llamando a misa.