Cuando el 11 de noviembre de 1918 se firmó el Armisticio en Compiégne fue con la condición explícitamente aceptada por los países Aliados de que, en el subsiguiente tratado de paz se aplicarían los catorce puntos de Wilson, solemnemente proclamados como finalidad de guerra de los Estados de la Entente.
Las circunstancias bajo las cuales el Armisticio fue firmado deben ser tenidas muy en cuenta. El Alto Mando alemán no solicitó el Armisticio por que sus ejércitos hubieran sido derrotados. En el transcurso de los cuatro años que duró la guerra, las tropas alemanas y austrohúngaras lucharon siempre en territorio extranjero; en Bélgica, Francia, Italia, Serbia, Rumania, Grecia. Rusia... Los Ejércitos Centrales nunca fueron vencidos en el campo de batalla, ni siquiera en Verdún, donde la heroica resistencia de los franceses hizo fracasar la ofensiva de Von Falkenhayn, pero sin que en el contraataque que siguió pudieran los galos obtener ventaja alguna. El Gobierno alemán solicitó el Armisticio por que los grupos "espartakistas" y comunistas de Rosa Luxembourg y Liebknecht estaban convirtiendo la retaguardia alemana en un campo de batalla y amenazaban con desatar una revolución generalizada del mismo tipo que la sobrevenida en Rusia un año atrás. Por otra parte, la entrada en guerra de los Estados Unidos convertía en problemática una rápida victoria germánica, y una victoria rápida era imprescindible si se quería evitar que la amenaza bolchevique interior degenerara en un cáncer imposible de controlar. Berlín pidió el Armisticio sobre la base del programa de Wilson, esto es, de una «paz sin vencedores ni vencidos», para poder dedicar todo el peso de su esfuerzo contra el bolchevismo interior y el que se insinuaba, amenazador, en las fronteras orientales del Reich.
El Armisticio fue firmado como preludio de una paz negociada. Es extremadamente importante tener bien presente este hecho, porque un Armisticio acordado en tales condiciones es muy diferente de una rendición incondicional. «La guerra no debe terminarse con un acto de venganza. Ninguna nación, ningún pueblo deben ser robados o castigados. Ninguna anexión, ninguna contribución, ninguna indemnización.» Éstas sabias y generosas fórmulas, que hicieron que el ingenuo Estado Mayor alemán depusiera las armas, creyendo en la palabra de honor y en las promesas de los estadistas aliados, promesas ratificadas bajo firma en el Armisticio de Compiégne, constituyeron, sin duda alguna, el mayor crimen político de la Historia de Europa y prepararon con matemática certeza, la siguiente conflagración mundial.
Bien sabido es que el vencedor se arroga todos los derechos y que dicta la paz. A pesar de todas las fórmulas altisonantes, eslóganes más o menos manidos para narcotizar incautos y reclutar carne de cañón, los "tratados" de paz no son más que la continuación de la guerra por medios diplomáticos, y su finalidad no es determinada por una especie de «justicia inmanente», sino por el objetivo perseguido por las potencias vencedoras.
Las circunstancias bajo las cuales el Armisticio fue firmado deben ser tenidas muy en cuenta. El Alto Mando alemán no solicitó el Armisticio por que sus ejércitos hubieran sido derrotados. En el transcurso de los cuatro años que duró la guerra, las tropas alemanas y austrohúngaras lucharon siempre en territorio extranjero; en Bélgica, Francia, Italia, Serbia, Rumania, Grecia. Rusia... Los Ejércitos Centrales nunca fueron vencidos en el campo de batalla, ni siquiera en Verdún, donde la heroica resistencia de los franceses hizo fracasar la ofensiva de Von Falkenhayn, pero sin que en el contraataque que siguió pudieran los galos obtener ventaja alguna. El Gobierno alemán solicitó el Armisticio por que los grupos "espartakistas" y comunistas de Rosa Luxembourg y Liebknecht estaban convirtiendo la retaguardia alemana en un campo de batalla y amenazaban con desatar una revolución generalizada del mismo tipo que la sobrevenida en Rusia un año atrás. Por otra parte, la entrada en guerra de los Estados Unidos convertía en problemática una rápida victoria germánica, y una victoria rápida era imprescindible si se quería evitar que la amenaza bolchevique interior degenerara en un cáncer imposible de controlar. Berlín pidió el Armisticio sobre la base del programa de Wilson, esto es, de una «paz sin vencedores ni vencidos», para poder dedicar todo el peso de su esfuerzo contra el bolchevismo interior y el que se insinuaba, amenazador, en las fronteras orientales del Reich.
El Armisticio fue firmado como preludio de una paz negociada. Es extremadamente importante tener bien presente este hecho, porque un Armisticio acordado en tales condiciones es muy diferente de una rendición incondicional. «La guerra no debe terminarse con un acto de venganza. Ninguna nación, ningún pueblo deben ser robados o castigados. Ninguna anexión, ninguna contribución, ninguna indemnización.» Éstas sabias y generosas fórmulas, que hicieron que el ingenuo Estado Mayor alemán depusiera las armas, creyendo en la palabra de honor y en las promesas de los estadistas aliados, promesas ratificadas bajo firma en el Armisticio de Compiégne, constituyeron, sin duda alguna, el mayor crimen político de la Historia de Europa y prepararon con matemática certeza, la siguiente conflagración mundial.
Bien sabido es que el vencedor se arroga todos los derechos y que dicta la paz. A pesar de todas las fórmulas altisonantes, eslóganes más o menos manidos para narcotizar incautos y reclutar carne de cañón, los "tratados" de paz no son más que la continuación de la guerra por medios diplomáticos, y su finalidad no es determinada por una especie de «justicia inmanente», sino por el objetivo perseguido por las potencias vencedoras.