Durante un largo periodo del siglo X, el río Duero fue la frontera que separaba la rica y pujante Al Ándalus del sur, de los pobres reinos cristianos del norte. La vida en esa franja se hizo particularmente difícil en los años de apogeo de Almanzor, caudillo andalusí que cada verano lanzaba sus huestes contra los cristianos, asolando todo lo que encontraba a su paso. En el 997, Ludovico de Borobia peregrinó a Santiago para agradecer al Apóstol la curación de su hijo recién nacido. Llegó el mismo día que las tropas de Almanzor, y presenció impotente la completa destrucción de la villa. De regreso a sus tierras, encontró su casa desierta, una partida de bandidos se había llevado su familia a Córdoba para venderlos en el mercado de esclavos. Ludovico juró consagrar su vida a rescatarlos, siendo consciente de la extrema dificultad que entrañaba llevar a cabo su juramento. Durante la jefatura de Almanzor el poderío de Al Ándalus fue aplastante y era impensable que los cristianos pudieran llegar a la capital del Califato. El caudillo árabe se enfrentó a ellos en más de cincuenta batallas, ganándolas todas. A su muerte se inició el declive andalusí, pero aún tuvo que transcurrir otra década para que Ludovico pudiera entrar en Córdoba junto a las tropas del conde Sancho García, cuando los castellanos acudieron a apoyar a uno de los dos bandos que se enfrentaban en una guerra civil por el poder andalusí. Esa fue la primera vez que los cristianos pudieron influir en el gobierno de la poderosa Al Ándalus, y marcó el punto de inflexión de las luchas que unos y otros sostuvieron a lo largo de casi ocho siglos.
Esta novela nos narra los esfuerzos de un hombre bueno por recuperar a su familia, inmerso en un mundo convulso y atormentado por constantes enfrentamientos.
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