Durante las guerras de independencia en el resto del continente, Cuba permaneció leal a España, pero la razón hay que buscarla en el gran número de esclavos existentes en la isla y el temor a una repetición de lo ocurrido en Haití . Pero sería iluso pensar que el ejemplo dado por los territorios continentales no influiría en las Islas, y ya en 1823 se creó una logia cubana, los Soles de Bolívar, formada por criollos que deseaban la independencia de Cuba. Incluso desde México y la Tierra Firme se tramaron conspiraciones para separar la isla de España, si bien la habilidad de los capitanes generales pudo frustrarlas prolongando durante unos años la adhesión de la Gran Antilla a España.
Sin embargo, por dictamen de 10 de Febrero de 1837 las provincias de América y Asia, en lo sucesivo, debían regirse y administrarse por leyes especiales y sus diputados no tomar asiento en las Cortes.
A pesar de las protestas planteadas ante las Cortes, éstas no fueron atendidas, quedando la Isla sometida a un régimen que en lo fundamental estaba en ma¬nos de los Gobernadores Generales, que a la vez ejercían las funciones de Capitanes Generales. Los políticos de la Península no sentían las aspiraciones de la sociedad cubana de intervenir en su futuro, ni la creciente influencia del poderoso vecino del Norte, los Estados Unidos, sobre el comercio y el progreso de la Gran An¬tilla. Tenían suficiente con nombrar a los que ocupaban los cargos administrati¬vos, que desgraciadamente en muchas ocasiones recaían en quienes no tenían la preparación necesaria o sólo buscaban la fácil y rápida fortuna.
Sería a partir de entonces que empezaría a manifestarse en Cuba la aparición de las tres corrientes de opinión contrarias a la pertenencia a España: la anexionista, la autonomista y la separatista.
Pese a que sucesivos capitanes generales, como Roncali, el Marqués de La Habana o el General Serrano expusieran al gobierno la necesidad de establecer una serie de reformas en la adminis¬tración que satisficieran las aspiraciones de los cubanos y que les apartaran de las ideas independentistas, lo cierto es que no se avanzó lo necesario para satisfacer la marea incontenible que marcaban los nuevos tiempos.
A los incipientes deseos internos de emancipación habría que añadirles las apetencias anexionistas de Los Estados Unidos y de Gran Bretaña. Sin embargo, por paradójico que pueda parecer, la propia debilidad española en el concierto internacional contribuyó a que se prolongase nuestro dominio sobre la Isla. La pugna por la Gran Antilla se mantuvo hasta mediados del siglo XIX, pero más tarde, conscientes ambas potencias de la oposición de la otra a su ocupación, optaron por una aparente neutralidad, aceptando la prolongación de la débil España como soberana de la isla.
Todo ello se hizo realidad tres años más tarde cuando aprovechando la convulsión que se produjo en la Península como consecuencia de la Revolución de 1868, estalló la insurrección en Cuba.
Con la marcha de la Reina, se inició para España un espacio de seis años denominado Sexenio Revolucionario, esto es, el que medió entre el destronamiento de Isabel II y la Restauración de la monarquía borbónica en la persona de su hijo Alfonso XII.
La Revolución de 1868 fue el detonante de la primera gran insurrección en Cuba. Ya a lo largo de los años anteriores se habían producido algunos movimientos, rápidamente atajados, pero la situación se mantenía en una tensa calma que la caída de Isabel II vendría a romper. En la noche del 9 al 10 de Octubre de 1868 lanzaba Céspedes su “Grito de Yara”, que marcaba el inicio de una campaña que duraría diez años y costaría a España del orden de las 65.000 bajas, la mayor parte debidas al clima.
La insurrección cubana se había iniciado y a través de tres conflictos sangrientos (Guerra de los Diez Años, Guerra Chiquita y Guerra de la Independencia) que llenarían lo que quedaba del siglo, culminaría con la separación de España en 1898.
Sin embargo, por dictamen de 10 de Febrero de 1837 las provincias de América y Asia, en lo sucesivo, debían regirse y administrarse por leyes especiales y sus diputados no tomar asiento en las Cortes.
A pesar de las protestas planteadas ante las Cortes, éstas no fueron atendidas, quedando la Isla sometida a un régimen que en lo fundamental estaba en ma¬nos de los Gobernadores Generales, que a la vez ejercían las funciones de Capitanes Generales. Los políticos de la Península no sentían las aspiraciones de la sociedad cubana de intervenir en su futuro, ni la creciente influencia del poderoso vecino del Norte, los Estados Unidos, sobre el comercio y el progreso de la Gran An¬tilla. Tenían suficiente con nombrar a los que ocupaban los cargos administrati¬vos, que desgraciadamente en muchas ocasiones recaían en quienes no tenían la preparación necesaria o sólo buscaban la fácil y rápida fortuna.
Sería a partir de entonces que empezaría a manifestarse en Cuba la aparición de las tres corrientes de opinión contrarias a la pertenencia a España: la anexionista, la autonomista y la separatista.
Pese a que sucesivos capitanes generales, como Roncali, el Marqués de La Habana o el General Serrano expusieran al gobierno la necesidad de establecer una serie de reformas en la adminis¬tración que satisficieran las aspiraciones de los cubanos y que les apartaran de las ideas independentistas, lo cierto es que no se avanzó lo necesario para satisfacer la marea incontenible que marcaban los nuevos tiempos.
A los incipientes deseos internos de emancipación habría que añadirles las apetencias anexionistas de Los Estados Unidos y de Gran Bretaña. Sin embargo, por paradójico que pueda parecer, la propia debilidad española en el concierto internacional contribuyó a que se prolongase nuestro dominio sobre la Isla. La pugna por la Gran Antilla se mantuvo hasta mediados del siglo XIX, pero más tarde, conscientes ambas potencias de la oposición de la otra a su ocupación, optaron por una aparente neutralidad, aceptando la prolongación de la débil España como soberana de la isla.
Todo ello se hizo realidad tres años más tarde cuando aprovechando la convulsión que se produjo en la Península como consecuencia de la Revolución de 1868, estalló la insurrección en Cuba.
Con la marcha de la Reina, se inició para España un espacio de seis años denominado Sexenio Revolucionario, esto es, el que medió entre el destronamiento de Isabel II y la Restauración de la monarquía borbónica en la persona de su hijo Alfonso XII.
La Revolución de 1868 fue el detonante de la primera gran insurrección en Cuba. Ya a lo largo de los años anteriores se habían producido algunos movimientos, rápidamente atajados, pero la situación se mantenía en una tensa calma que la caída de Isabel II vendría a romper. En la noche del 9 al 10 de Octubre de 1868 lanzaba Céspedes su “Grito de Yara”, que marcaba el inicio de una campaña que duraría diez años y costaría a España del orden de las 65.000 bajas, la mayor parte debidas al clima.
La insurrección cubana se había iniciado y a través de tres conflictos sangrientos (Guerra de los Diez Años, Guerra Chiquita y Guerra de la Independencia) que llenarían lo que quedaba del siglo, culminaría con la separación de España en 1898.