La Herencia de Judith
CAPÍTULO I
¡Qué daño me he hecho con el martillo!
¡Quién me mandaría vender todas mis pertenencias y venirme a la casa de mi difunto abuelo!
¡Todo por una herencia!
La mansión está que se cae. Por muchos clavos que intente clavar en la madera del suelo, es imposible.
Ahora tendré que poner un anuncio, buscando un carpintero o manitas que se dedique a arreglar toda clase de cosas, en una casona más antigua y deteriorada que he visto nunca.
Primero me curaré el dedo pulgar, está el doble de grande por el golpe que me he dado.
¿Dónde habré metido el hielo?
Pero que estaré buscando, si todavía no tengo nevera.
La culpa la tiene la listilla de la abogada, cuando me recomendó liquidar todos mis bienes y venirme a cambiar de aires, de la estresante ciudad, por un idílico paisaje bucólico de paz y tranquilidad.
Si por no haber, no hay ni electricidad ¿Cómo voy a seguir trabajando en mis diseños de alta costura sin Internet?
Es volver a la Edad de Piedra.
Tendré que bajar al pueblo con una única tienda para todo y decirles si conocen a alguien que quiera ganarse dinero, reconstruyendo el mausoleo.
Me da escalofríos hasta dormir aquí sola. Parece un museo, pero de terror. Que gustos más extraños tenía mi abuelo. No entiendo por qué me dejaría sus tierras sin conocerme. Cuando mi madre se marchó de esta casa, la desheredó. Más bien la pobre huyó con dieciséis años, con el primer turista que llegó a este lugar tan siniestro. Mi padre. Lo curioso del caso es que todavía siguen juntos y se quieren más cada día. Se dedican a viajar por el extranjero y les encanta conocer nuevas culturas.
Mi padre, es un apasionado de la historia, es unos años más mayor que mi madre, ya está retirado, decidió adelantar su jubilación, cuando cumplió los cincuenta años, era profesor de historia, en un Colegio Privado de chicos en Londres, donde, él nació. Mi madre, vino al mundo en esta ruina de mansión. En un lugar perdido de Escocia. Desde luego historia si que tiene. Debe ser de la época de la romanización. No me extraña que mi padre, en su afán de descubrir la antigüedad de Gran Bretaña, llegara hasta este rincón perdido y encontrara a su amada. Era un solterón y ante la belleza y juventud de mi querida madre sucumbió.
Menos mal, si no, no estaría quejándome sin parar. Han pasado veinte años desde entonces, la edad que voy a cumplir dentro de unos meses.
Soy su única descendiente. No tuvieron más hijos porque no vinieron. Les hubiera gustado tener familia numerosa. Y así me han educado, instruyéndome en todas las materias. Mi madre siempre la ha gustado coser y yo he adquirido sus mismos gustos, ella, trabajaba en casa cuidándome y siempre con una aguja en la mano.
Cuando me independicé, diseñando modelos en una casa de alta costura, es cuando decidieron vivir como dos nómadas y viajar sin rumbo fijo.
Nos llamamos por el móvil muy a menudo. Son unos buenos padres a los que adoro y estoy muy orgullosa de ellos.
Estarán preocupados desde Hong Kong, su último destino. Les comenté mis planes de trasladarme a las raíces escocesas. Ya que he vivido siempre en Londres, deseaba conocer mi otro yo.
Mi madre no estaba contenta, sus recuerdos eran muy dolorosos y tampoco comprendía porqué mi abuelo me dejó todas sus posesiones.
Ya lo entiendo, será para castigar a mi madre a través de la nieta.
Voy a ducharme y cambiarme los pantalones cortos y la camiseta, están llenos de polvo de tanto limpiar e intentar reparar lo irreparable.
Dentro de lo malo hay agua corriente y estamos en verano. El calentador por supuesto ni funciona, más bien creo que ni existe. No lo he visto por ningún lado.
Haré una lista de lo más importante para comprar en la tienda. Y espero ser afortunada y que un alma caritativa se apiade de mí y venga a restaurar el edificio entero.
El chorro helado me espabiló y me quitó el cansancio. Me puse un vestido de tirantes corto para mitigar el calor. El cabello castaño rojizo largo, lo recogí
CAPÍTULO I
¡Qué daño me he hecho con el martillo!
¡Quién me mandaría vender todas mis pertenencias y venirme a la casa de mi difunto abuelo!
¡Todo por una herencia!
La mansión está que se cae. Por muchos clavos que intente clavar en la madera del suelo, es imposible.
Ahora tendré que poner un anuncio, buscando un carpintero o manitas que se dedique a arreglar toda clase de cosas, en una casona más antigua y deteriorada que he visto nunca.
Primero me curaré el dedo pulgar, está el doble de grande por el golpe que me he dado.
¿Dónde habré metido el hielo?
Pero que estaré buscando, si todavía no tengo nevera.
La culpa la tiene la listilla de la abogada, cuando me recomendó liquidar todos mis bienes y venirme a cambiar de aires, de la estresante ciudad, por un idílico paisaje bucólico de paz y tranquilidad.
Si por no haber, no hay ni electricidad ¿Cómo voy a seguir trabajando en mis diseños de alta costura sin Internet?
Es volver a la Edad de Piedra.
Tendré que bajar al pueblo con una única tienda para todo y decirles si conocen a alguien que quiera ganarse dinero, reconstruyendo el mausoleo.
Me da escalofríos hasta dormir aquí sola. Parece un museo, pero de terror. Que gustos más extraños tenía mi abuelo. No entiendo por qué me dejaría sus tierras sin conocerme. Cuando mi madre se marchó de esta casa, la desheredó. Más bien la pobre huyó con dieciséis años, con el primer turista que llegó a este lugar tan siniestro. Mi padre. Lo curioso del caso es que todavía siguen juntos y se quieren más cada día. Se dedican a viajar por el extranjero y les encanta conocer nuevas culturas.
Mi padre, es un apasionado de la historia, es unos años más mayor que mi madre, ya está retirado, decidió adelantar su jubilación, cuando cumplió los cincuenta años, era profesor de historia, en un Colegio Privado de chicos en Londres, donde, él nació. Mi madre, vino al mundo en esta ruina de mansión. En un lugar perdido de Escocia. Desde luego historia si que tiene. Debe ser de la época de la romanización. No me extraña que mi padre, en su afán de descubrir la antigüedad de Gran Bretaña, llegara hasta este rincón perdido y encontrara a su amada. Era un solterón y ante la belleza y juventud de mi querida madre sucumbió.
Menos mal, si no, no estaría quejándome sin parar. Han pasado veinte años desde entonces, la edad que voy a cumplir dentro de unos meses.
Soy su única descendiente. No tuvieron más hijos porque no vinieron. Les hubiera gustado tener familia numerosa. Y así me han educado, instruyéndome en todas las materias. Mi madre siempre la ha gustado coser y yo he adquirido sus mismos gustos, ella, trabajaba en casa cuidándome y siempre con una aguja en la mano.
Cuando me independicé, diseñando modelos en una casa de alta costura, es cuando decidieron vivir como dos nómadas y viajar sin rumbo fijo.
Nos llamamos por el móvil muy a menudo. Son unos buenos padres a los que adoro y estoy muy orgullosa de ellos.
Estarán preocupados desde Hong Kong, su último destino. Les comenté mis planes de trasladarme a las raíces escocesas. Ya que he vivido siempre en Londres, deseaba conocer mi otro yo.
Mi madre no estaba contenta, sus recuerdos eran muy dolorosos y tampoco comprendía porqué mi abuelo me dejó todas sus posesiones.
Ya lo entiendo, será para castigar a mi madre a través de la nieta.
Voy a ducharme y cambiarme los pantalones cortos y la camiseta, están llenos de polvo de tanto limpiar e intentar reparar lo irreparable.
Dentro de lo malo hay agua corriente y estamos en verano. El calentador por supuesto ni funciona, más bien creo que ni existe. No lo he visto por ningún lado.
Haré una lista de lo más importante para comprar en la tienda. Y espero ser afortunada y que un alma caritativa se apiade de mí y venga a restaurar el edificio entero.
El chorro helado me espabiló y me quitó el cansancio. Me puse un vestido de tirantes corto para mitigar el calor. El cabello castaño rojizo largo, lo recogí