La herencia invisible está vertebrada por el asombro cotidiano de estar vivo, el tiempo que fluye (y en el que fluimos nosotros de manera natural), la herencia que nos funda, la tierra en la que damos los pasos y en la que dejamos nuestras huellas: «Iniciaré mi marcha lentamente. / Daré tan sólo medio paso al día / y retrocederé a menudo. […] Pensarás que me alejo; / pero, como daré una vuelta completa, / estaré a cada paso aún más cerca de ti». Se trata de un libro intimista, delicado, elegante, de gran finura en la recreación de los sentimientos, construido como un todo orgánico y en el que ocupa un lugar central el paisaje (la lluvia, las nubes, el mar y el mar de naranjos…), como metáfora del corazón. La herencia del jardín sirve para vivir la ciudad; así como la memoria cimienta nuestra relación con el amor, la familia, los amigos… La música, al cabo, armoniza este poemario, voluntariamente contenido, con una base rítmica que acentúa la limpieza de la emoción ante la realidad.
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