La estructura mediante la cual queda encuadrada y encauzada la novela tiene la forma de una conversación entre dos personajes, un asesino a sueldo, conocido como Leviatán, y el padrino de una mafia que ha surgido y se ha desarrollado de una manera fulgurante a expensas de otras; circunstancia que atrae, a pesar suyo, la atención del primero, quien incitará una y otra vez a su interlocutor a exponer los pormenores de su ascensión, antes de ejecutarlo.
Lo esencial de la navegación lo haremos instalados en el punto de vista de ese gerifalte mafioso que defiende, obviamente, su hechura, aunque con un superávit de aplomo y de orgullo que sorprende por su absoluta inadecuación a la situación que está viviendo. Su discurso será pues, por lo general, fluido, aunque sobrio, y sereno, como si estuviera conversando en la terraza de un café. El contrapunto a esa voz lo dará la palabra bronca de Leviatán, un bajo profundo.
El contenido de dicha conversación fue grabado por un mecanismo automático que lo almacenó en una página web. Al lector se supone que le llega a través de esta grabación. Por lo tanto, éste debe recibir un conglomerado gráfico, sin guiones ni elementos diferenciadores de discurso, correspondiente al conglomerado fónico que recibirían los oídos de quien escuchara. Ambas voces están lo suficientemente individualizadas como para que esto sea posible sin que el lector llegue a perder las hebras del tejido narrativo. Más aún, el procedimiento se puede extender, y de hecho se ha extendido, a los personajes que surgen del discurso.
La acción transcurre principalmente en una ciudad mediterránea que no se nombra, cerca del paraíso fiscal de Gibraltar. Si bien una parte considerable de la misma se despliega en Moscú y, en menor medida, en otras ciudades europeas. A través de todas ellas se encadenan las peripecias de un nuevo tipo de pícaro, un pícaro del siglo XXI que trabaja con móviles y ordenadores trucados, inmiscuyéndose en las vidas de los demás y sacando partido a sus secretos. Así, pronto se encuentra con los hilos de una trama de corrupción político-financiera, conectada a terminales de naturaleza mafiosa, entre las manos, aspirado hacia arriba por un movimiento en espiral que acabará confrontándolo a dos razones de Estado. Y como consecuencia principalmente de la segunda de ellas, a Leviatán.
El texto pone de manifiesto una fisura por la que hace aguas a menudo la democracia española, se trata concretamente de la utilización fraudulenta, por parte de políticos corruptos, de la llamada ley del suelo. Y muestra asimismo, en un orden de cosas con frecuencia muy próximo al anterior, cómo el capitalismo financiero, con sus pasadizos secretos por los que circula sin control el dinero y sus paraísos fiscales, constituye un inmejorable caldo de cultivo para el progreso de las mafias.
Lo esencial de la navegación lo haremos instalados en el punto de vista de ese gerifalte mafioso que defiende, obviamente, su hechura, aunque con un superávit de aplomo y de orgullo que sorprende por su absoluta inadecuación a la situación que está viviendo. Su discurso será pues, por lo general, fluido, aunque sobrio, y sereno, como si estuviera conversando en la terraza de un café. El contrapunto a esa voz lo dará la palabra bronca de Leviatán, un bajo profundo.
El contenido de dicha conversación fue grabado por un mecanismo automático que lo almacenó en una página web. Al lector se supone que le llega a través de esta grabación. Por lo tanto, éste debe recibir un conglomerado gráfico, sin guiones ni elementos diferenciadores de discurso, correspondiente al conglomerado fónico que recibirían los oídos de quien escuchara. Ambas voces están lo suficientemente individualizadas como para que esto sea posible sin que el lector llegue a perder las hebras del tejido narrativo. Más aún, el procedimiento se puede extender, y de hecho se ha extendido, a los personajes que surgen del discurso.
La acción transcurre principalmente en una ciudad mediterránea que no se nombra, cerca del paraíso fiscal de Gibraltar. Si bien una parte considerable de la misma se despliega en Moscú y, en menor medida, en otras ciudades europeas. A través de todas ellas se encadenan las peripecias de un nuevo tipo de pícaro, un pícaro del siglo XXI que trabaja con móviles y ordenadores trucados, inmiscuyéndose en las vidas de los demás y sacando partido a sus secretos. Así, pronto se encuentra con los hilos de una trama de corrupción político-financiera, conectada a terminales de naturaleza mafiosa, entre las manos, aspirado hacia arriba por un movimiento en espiral que acabará confrontándolo a dos razones de Estado. Y como consecuencia principalmente de la segunda de ellas, a Leviatán.
El texto pone de manifiesto una fisura por la que hace aguas a menudo la democracia española, se trata concretamente de la utilización fraudulenta, por parte de políticos corruptos, de la llamada ley del suelo. Y muestra asimismo, en un orden de cosas con frecuencia muy próximo al anterior, cómo el capitalismo financiero, con sus pasadizos secretos por los que circula sin control el dinero y sus paraísos fiscales, constituye un inmejorable caldo de cultivo para el progreso de las mafias.