Cðmo Juan dejð de ser seminarista. Habëan salido los dos muchachos ß pasear por los alrededores del pueblo, y ß la vuelta, sentados en un pretil del camino, cambiaban ß largos intervalos alguna frase indiferente. Era uno de los mozos alto, fuerte, de ojos grises y expresiðn jovial; el otro, bajo, raquëtico, de cara manchada de roseolas y de mirar adusto y un tanto sombrëo. Los dos, vestidos de negro, imberbe el uno, rasurado el otro, tenëan aire de seminaristas; el alto, grababa con un cortaplumas en la corteza de una vara una porciðn de dibujos y de adornos; el otro, con las manos en las rodillas, en actitud melancðlica, contemplaba, entre absorto y distraëdo, el paisaje
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