La médula del amor
Pocas veces me ha estremecido tanto oír una historia como la que narro aquí, no obstante que mi libro es un relato de ficción.; sin embargo, tiene mucha parte de realidad, ya que en alguna ocasión, al calor de un par de copas, el cónsul de Colombia en Toronto, me contó que había visitado un preso en la cárcel de Kingston, Ontario, debido a que era su deber hacerlo con frecuencia, y de acuerdo a sus obligaciones consulares. Allí, conoció al verdadero protagonista de mi narración ficticia, y él le contó que le habían encarcelado porque el padre de una chica italiana le había acusado de violar su hija, —menor de edad. De acuerdo a la afirmación del detenido, ello nunca ocurrió, sino que la chica se enamoró perdidamente del hombre en cuestión y como éste no satisfizo sus demandas sexuales, terminó confesándole a su padre una gran mentira: “él me violó”. Ya, en prisión, a nuestro verdadero personaje le fue sacada su médula espinal, por razones de salud; pero al intentar hacerle el trasplante de un donante voluntario y anónimo, en un hospital de Toronto, no se pudo en ese momento, ya que el buen samaritano, —de camino al hospital—, tuvo un accidente automovilístico y murió, calcinado totalmente. Al preso, lo devolvieron a su celda, sin su médula, mientras aparecía otro donante. Y al siguiente día, llegaron dos funcionarios de Inmigración con una orden de deportación inmediata, quienes, sin hacer caso del estado del paciente, lo enviaron en un avión de regreso a su patria. Al escuchar esta historia, me dije: “algún día escribiré esta historia de amor, tan triste y trágica”.
Pocas veces me ha estremecido tanto oír una historia como la que narro aquí, no obstante que mi libro es un relato de ficción.; sin embargo, tiene mucha parte de realidad, ya que en alguna ocasión, al calor de un par de copas, el cónsul de Colombia en Toronto, me contó que había visitado un preso en la cárcel de Kingston, Ontario, debido a que era su deber hacerlo con frecuencia, y de acuerdo a sus obligaciones consulares. Allí, conoció al verdadero protagonista de mi narración ficticia, y él le contó que le habían encarcelado porque el padre de una chica italiana le había acusado de violar su hija, —menor de edad. De acuerdo a la afirmación del detenido, ello nunca ocurrió, sino que la chica se enamoró perdidamente del hombre en cuestión y como éste no satisfizo sus demandas sexuales, terminó confesándole a su padre una gran mentira: “él me violó”. Ya, en prisión, a nuestro verdadero personaje le fue sacada su médula espinal, por razones de salud; pero al intentar hacerle el trasplante de un donante voluntario y anónimo, en un hospital de Toronto, no se pudo en ese momento, ya que el buen samaritano, —de camino al hospital—, tuvo un accidente automovilístico y murió, calcinado totalmente. Al preso, lo devolvieron a su celda, sin su médula, mientras aparecía otro donante. Y al siguiente día, llegaron dos funcionarios de Inmigración con una orden de deportación inmediata, quienes, sin hacer caso del estado del paciente, lo enviaron en un avión de regreso a su patria. Al escuchar esta historia, me dije: “algún día escribiré esta historia de amor, tan triste y trágica”.