Historia corta de misterio y suspense
Primeros párrafos:
I – El accidente
Enterramos a los que fallecen. Nos deshacemos de los objetos que deseamos apartar de nuestra vista. Enterramos nuestros recuerdos, incluso enterramos a las malas acciones para apaciguar nuestras conciencias. Pero algunas veces, en los rincones más recónditos del mundo, alguien o algo consiguen escapar de ese profundo agujero que hemos creado para perseguirnos y obligarnos a cumplir con nuestra sentencia.
*
Montenegro, 1953…
Las continuas gotas relamían las paredes del inmenso agujero. El sudor de la tierra, agradable y refrescante, se mezclaba con la peste a hollín y ceniza. Los pulmones de los trabajadores, intoxicados con el polvillo producido que les recomía por dentro lentamente, oxigenaban la sangre envenenada con demasiada dificultad. En la pequeña localidad en la que vivían los trabajadores de la mina de carbón, todos se sentían agradecidos por tener trabajo, y así poder alimentar a sus hijos. Los hombres del pueblo, escondido en las montañas entre árboles verdes y nieve, se dirigían al interior de la mina mucho antes de que saliera el sol y la abandonaban mucho después de que se pusiera. Realizaban un trabajo sacrificado y duro, pero al menos ninguno sufría las calamidades que la gente de una Europa machacada por la guerra que azotaba a los indefensos.
Lee centenares de reseñas sobre sus obras en internet
Primeros párrafos:
I – El accidente
Enterramos a los que fallecen. Nos deshacemos de los objetos que deseamos apartar de nuestra vista. Enterramos nuestros recuerdos, incluso enterramos a las malas acciones para apaciguar nuestras conciencias. Pero algunas veces, en los rincones más recónditos del mundo, alguien o algo consiguen escapar de ese profundo agujero que hemos creado para perseguirnos y obligarnos a cumplir con nuestra sentencia.
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Montenegro, 1953…
Las continuas gotas relamían las paredes del inmenso agujero. El sudor de la tierra, agradable y refrescante, se mezclaba con la peste a hollín y ceniza. Los pulmones de los trabajadores, intoxicados con el polvillo producido que les recomía por dentro lentamente, oxigenaban la sangre envenenada con demasiada dificultad. En la pequeña localidad en la que vivían los trabajadores de la mina de carbón, todos se sentían agradecidos por tener trabajo, y así poder alimentar a sus hijos. Los hombres del pueblo, escondido en las montañas entre árboles verdes y nieve, se dirigían al interior de la mina mucho antes de que saliera el sol y la abandonaban mucho después de que se pusiera. Realizaban un trabajo sacrificado y duro, pero al menos ninguno sufría las calamidades que la gente de una Europa machacada por la guerra que azotaba a los indefensos.
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