La inquietud flota como la niebla en una pequeña mina clandestina de extracción de esmeraldas, ubicada en plena selva del Congo. El temor a que algo extraño se haya instalado en las profundidades del yacimiento se extiende entre los trabajadores.
Los fenómenos extraños, inquietantes, se suceden. Como surgidos del fondo de los pozos, extraños vampiros, insolentes y agresivos, aparecen cada vez con mayor frecuencia en las galerías, acosando a los mineros. Varios jornaleros sufren deformaciones en la cara, erupciones en la piel y muchos de ellos comienzan a enfermar, entre vómitos y deshidrataciones. Nadie sabe lo que está pasando, si se trata de infección o un virus desconocido, o de algún depósito pútrido de animales en el agua o en los pozos, pero se producen las primeras muertes. Algunos trabajadores, transtornados, afirman que por las noches se escuchan aullidos o lamentos provenientes de los fosos mineros. El miedo atenaza al poblado. El yacimiento entra en una fantasmal cuarentena. La extracción de gemas, sin embargo, no se detiene.
En otro lado del mundo, Berman Hansen, profesor de Física Relativista de la Universidad de Milán, avisado para salvar a un amigo, decide ir allí e intentar averiguar qué está sucediendo.
Lo que finalmente encuentra en la profunda sima de la Mina del Infierno supera cualquier cosa imaginable.