La paradoja, si bien ya no forma parte del esquematismo dual de las contradicciones; de todas, maneras hay todavía como una irradiación, un halo que queda, como rastro, de ese esquematismo. En la paradoja no hay dualidad sino aparejamiento, si podemos hablar así, del contraste en un mismo fenómeno, acontecimiento integrado. El suceder del fenómeno es paradójico, contrastes formando parte del mismo acontecer. Podríamos decir que se trata de la misma onda, de la misma vibración de la cuerda.
Sin embargo, hay que ir más allá de esta imagen, aunque dinámica y compleja, de la paradoja, no solamente por la irradiación, el halo, el rastro, del que hablamos, sino por lo que siempre hemos anotado; la multiplicidad del acontecimiento, la manifestación dinámica del acontecimiento singular plagado de plurales singularidades proliferantes. También por los tejidos en devenir y entrelazados del espacio-tiempo. Por lo tanto, en principio, podríamos imaginarnos un universo o pluriverso de paradojas entrelazadas, en manifiesta afectación y complementariedad. No hay pues una paradoja, sino múltiples, en distintas escalas, y dándose simultáneamente.
Después, podíamos imaginarnos la simultaneidad dinámica de la complejidad como una sinfonía musical. Estamos ante un universo o pluriverso compuestos por múltiples y plurales cuerdas, en distintas escalas; estamos ante una sinfonía compleja, compuesta, a su vez, por múltiples sinfonías, en distintas escalas. Ante esta imagen maravillosa de sinfonía musical, la imagen de la paradoja se esfuma; ya no expresa esta complejidad entrelazada. Habría sido nada más que el correctivo pasajero del esquematismo dualista.
La paradoja conservadurismo-progresismo, el ensayo que presentamos, usa todavía la imagen de la paradoja, ciertamente rica, también compleja, alejada ya del esquematismo dualista de las contradicciones; sin embargo, como hicimos notar, todavía afectada por el rastro de lo que dejó atrás. Recurrimos a la figura de la paradoja para interpretar los contrastes evidentes de los gobiernos progresistas. Como dejamos claro en varios escritos, no se trata ni de contradicción dialéctica, ni de determinismo económico, ni de incidencia de las conspiraciones, sino de la fenomenología paradójica de la existencia, de la vida, de las sociedades. Fenomenología paradójica no asumida por la episteme de la modernidad, no aceptada por la filosofía, salvo la anti-filosofía intempestiva de Friedrich Nietzsche, no pensada por las ciencias humanas y sociales, tampoco asumida por la política, en sentido restringido, en sentido institucional; es más, es descartada ostensiblemente por ella. La institucionalidad consolidada en las sociedades modernas y en los Estado-nación, se instituyen y constituyen descartando, desechando la paradoja; son mallas institucionales encargadas, no solo de la captura de las fuerzas, sino de convertir en realidad, obviamente institucional, el esquematismo dual de las contradicciones y de los antagonismos. Hay toda una arqueología y genealogía del despliegue de estos esquematismos; desde el esquematismo religioso del bien y el mal, hasta el esquematismo político del amigo y enemigo, pasando por tantos dualismos construidos por las sociedades institucionalizadas. Al construir su institucionalidad en el imaginario del esquematismo dualista, el Estado, construye el orden institucional como artificialidad adiposa sobre los espesores de intensidad de la realidad efectiva, la complejidad dinámica de la biodiversidad. Mientras la existencia y la vida no dejan de ser paradójicas, manifestarse en sus formas, contenidos y expresiones paradójicas, la sociedad institucionalizada, el Estado, interpreta esta complejidad esquemáticamente, reduciéndola a dualismos simples, antagónicos.
Sin embargo, hay que ir más allá de esta imagen, aunque dinámica y compleja, de la paradoja, no solamente por la irradiación, el halo, el rastro, del que hablamos, sino por lo que siempre hemos anotado; la multiplicidad del acontecimiento, la manifestación dinámica del acontecimiento singular plagado de plurales singularidades proliferantes. También por los tejidos en devenir y entrelazados del espacio-tiempo. Por lo tanto, en principio, podríamos imaginarnos un universo o pluriverso de paradojas entrelazadas, en manifiesta afectación y complementariedad. No hay pues una paradoja, sino múltiples, en distintas escalas, y dándose simultáneamente.
Después, podíamos imaginarnos la simultaneidad dinámica de la complejidad como una sinfonía musical. Estamos ante un universo o pluriverso compuestos por múltiples y plurales cuerdas, en distintas escalas; estamos ante una sinfonía compleja, compuesta, a su vez, por múltiples sinfonías, en distintas escalas. Ante esta imagen maravillosa de sinfonía musical, la imagen de la paradoja se esfuma; ya no expresa esta complejidad entrelazada. Habría sido nada más que el correctivo pasajero del esquematismo dualista.
La paradoja conservadurismo-progresismo, el ensayo que presentamos, usa todavía la imagen de la paradoja, ciertamente rica, también compleja, alejada ya del esquematismo dualista de las contradicciones; sin embargo, como hicimos notar, todavía afectada por el rastro de lo que dejó atrás. Recurrimos a la figura de la paradoja para interpretar los contrastes evidentes de los gobiernos progresistas. Como dejamos claro en varios escritos, no se trata ni de contradicción dialéctica, ni de determinismo económico, ni de incidencia de las conspiraciones, sino de la fenomenología paradójica de la existencia, de la vida, de las sociedades. Fenomenología paradójica no asumida por la episteme de la modernidad, no aceptada por la filosofía, salvo la anti-filosofía intempestiva de Friedrich Nietzsche, no pensada por las ciencias humanas y sociales, tampoco asumida por la política, en sentido restringido, en sentido institucional; es más, es descartada ostensiblemente por ella. La institucionalidad consolidada en las sociedades modernas y en los Estado-nación, se instituyen y constituyen descartando, desechando la paradoja; son mallas institucionales encargadas, no solo de la captura de las fuerzas, sino de convertir en realidad, obviamente institucional, el esquematismo dual de las contradicciones y de los antagonismos. Hay toda una arqueología y genealogía del despliegue de estos esquematismos; desde el esquematismo religioso del bien y el mal, hasta el esquematismo político del amigo y enemigo, pasando por tantos dualismos construidos por las sociedades institucionalizadas. Al construir su institucionalidad en el imaginario del esquematismo dualista, el Estado, construye el orden institucional como artificialidad adiposa sobre los espesores de intensidad de la realidad efectiva, la complejidad dinámica de la biodiversidad. Mientras la existencia y la vida no dejan de ser paradójicas, manifestarse en sus formas, contenidos y expresiones paradójicas, la sociedad institucionalizada, el Estado, interpreta esta complejidad esquemáticamente, reduciéndola a dualismos simples, antagónicos.