Cuando llegaron a Puerto Bello, Henry Morgan y los suyos partieron sin previo aviso llevándose gran parte del botín y traicionando a los demás piratas, según el acuerdo pactado. Al arribar a Port Royal fue tomado prisionero y llevado a Inglaterra, donde permaneció en la torre de Londres durante algunos meses, como represalia por haber roto el acuerdo de paz entre Inglaterra y España. Cuando años después ese acuerdo se rompió, fue liberado, nombrado Sir por los servicios prestados a la Corona y Vicegobernador de Jamaica.
La ciudad de Panamá quedó totalmente destruida y dos años después fue trasladada a otro sitio a varias leguas hacia el Ancón.
Finalmente Felipe y Catalina concretaron su unión de hacía dos años y medio atrás y, tiempo después, viajaron a Inglaterra a reclamar la herencia de Felipe. Luego regresaron a la nueva ciudad de Panamá y participaron de su reconstrucción.
Los ciudadanos de Panamá ya no se distinguían por ser españoles, criollos, negros, indígenas o cualquiera de sus múltiples combinaciones; había nacido una nueva clase de gente: los panameños que amaban Panamá, que habían resurgido de sus cenizas y que volverían a hacerlo una y otra vez, tantas veces como fueran necesarias.
Las visitas de los piratas no concluyeron con aquel aciago ataque, pero los panameños habían aprendido a defenderse y a prepararse mejor.
Henry Morgan murió muchos años después en su isla del Caribe como un diplomático retirado. Nunca tuvo hijos pero en su lecho de muerto recordó a aquel joven Philipp, a quien amó como tal y a aquella hermosa mujer llamada Isabel, que lo venció con su orgullo y dignidad en el ataque a la más rica y soberbia ciudad de las costas del inmenso Mar del Sur: Panamá
La ciudad de Panamá quedó totalmente destruida y dos años después fue trasladada a otro sitio a varias leguas hacia el Ancón.
Finalmente Felipe y Catalina concretaron su unión de hacía dos años y medio atrás y, tiempo después, viajaron a Inglaterra a reclamar la herencia de Felipe. Luego regresaron a la nueva ciudad de Panamá y participaron de su reconstrucción.
Los ciudadanos de Panamá ya no se distinguían por ser españoles, criollos, negros, indígenas o cualquiera de sus múltiples combinaciones; había nacido una nueva clase de gente: los panameños que amaban Panamá, que habían resurgido de sus cenizas y que volverían a hacerlo una y otra vez, tantas veces como fueran necesarias.
Las visitas de los piratas no concluyeron con aquel aciago ataque, pero los panameños habían aprendido a defenderse y a prepararse mejor.
Henry Morgan murió muchos años después en su isla del Caribe como un diplomático retirado. Nunca tuvo hijos pero en su lecho de muerto recordó a aquel joven Philipp, a quien amó como tal y a aquella hermosa mujer llamada Isabel, que lo venció con su orgullo y dignidad en el ataque a la más rica y soberbia ciudad de las costas del inmenso Mar del Sur: Panamá