Amelia Gray tiene veintisiete años y desde los quince puede ver fantasmas. Heredó el don (o maldición) de su padre, y también a través de él supo las reglas que todo médium debe respetar para poder serlo y llevar una vida tranquila: no alejarse de los campos santos; ignorar la presencia de fantasmas a su alrededor, aunque quieran hacerse presentes y no relacionarse con personas cuyos espíritus les acechan.
Amelia se dedica a restaurar cementerios de valor histórico artístico y con ello cumple con las reglas que su padre le impuso en su momento. Hasta que todo cambia.
Un asesinato en uno de los cementerios en los que está trabajando la pone en contacto con un detective acechado. Y hay algo que la empuja a estar cerca de él, a pesar del peligro al que casi de inmediato se ve sometida. Los fantasmas del detective empezarán a amenazarla, pero ella no puede evitar sentirse muy atraída por él, lo que la pone en una disyuntiva extrema: elegir entre sus sentimientos y su seguridad.
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