En La simiente enterrada. Un viaje a China, nos encontramos con dos tipos de viaje. Por una parte, el viaje físico, que busca la síntesis y la intensidad en sus descripciones, y, por otra, el viaje interior, que el autor utiliza no sólo para hablarnos de una realidad que está más allá de la que nuestros ojos ven, sino también para describirnos sutilmente una historia que tiene su desenlace en las últimas páginas. Entre la China del pasado y la del presente, el autor busca signos y señales para un nuevo tiempo, la semilla enterrada de la que pudiera surgir una tercera vía que funda la sabiduría pasada con el progreso actual, la espiritualidad perdida con el siglo XXI. China es para el autor de este libro una especie de «laboratorio» o un libro abierto que hay que leer para saber hacia dónde va no sólo este país, sino la humanidad entera.
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