Este es, ciudadanos de todo el mundo, el relato del alcalde que en un infausto martes de diciembre fue acribillado en su propia oficina y quien durante decenios fue el protector inmenso de todos los moradores del litoral oriental de la capital principal.
Y considerando que los cimientos de la nación han sido estremecidos por el asesinato de dos padres de familia y el suicidio de un tercero; considerando que el propio Presidente de la República desde el momento en que supo del trágico hecho se estremeció y que decidió, junto al cardenal, obispos, curas y pastores, promover la fe como conjuro contra el mal; considerando que el jefe del partido en el gobierno hizo guardia de honor frente al apoteósico catafalco de uno de los muertos por su alta investidura y por ser miembro del comité político; considerando que el pueblo entero se echó a la calle en lágrimas para dar el último adiós al líder grande acribillado; considerando que hay una tumba que quedó sin nombre y perdida en la bruma del campo santo, he resuelto tomar el tintero y relatar esta historia antes que el jolgorio entre con sus pitos, maracas, flautas y timbales y acabe por relegarla al completo olvido, tal como ocurre con todo en este pueblo ávido siempre de carnaval.
Y considerando que los cimientos de la nación han sido estremecidos por el asesinato de dos padres de familia y el suicidio de un tercero; considerando que el propio Presidente de la República desde el momento en que supo del trágico hecho se estremeció y que decidió, junto al cardenal, obispos, curas y pastores, promover la fe como conjuro contra el mal; considerando que el jefe del partido en el gobierno hizo guardia de honor frente al apoteósico catafalco de uno de los muertos por su alta investidura y por ser miembro del comité político; considerando que el pueblo entero se echó a la calle en lágrimas para dar el último adiós al líder grande acribillado; considerando que hay una tumba que quedó sin nombre y perdida en la bruma del campo santo, he resuelto tomar el tintero y relatar esta historia antes que el jolgorio entre con sus pitos, maracas, flautas y timbales y acabe por relegarla al completo olvido, tal como ocurre con todo en este pueblo ávido siempre de carnaval.