«Dicen que las mentiras pueden dar la vuelta al mundo antes de que la verdad tenga tiempo de ponerse las botas...» A William de Worde, editor accidental del primer periódico del Mundodisco, siempre le ha preocupado la naturaleza de la verdad. Sabe que se esconde en lugares improbables y cuenta con sirvientes extraños. Pero mientras la busca, no le queda más remedio que lidiar con los tradicionales problemas de la profesión periodística, como que: 1) todos creen que quieren noticias, pero lo que realmente ansían es leer las cosas que ya saben; 2) en cuanto abre el cuaderno y empuña el lápiz, muchos se le acercan sonrientes y formales, otros enmudecen y algunos preferirían directamente verle muerto, y 3) de algún, de algún modo las hortalizas con formas graciosas siempre terminan colándose en cada edición.
Competencia feroz. Titulares. Erratas. Cobrar cada semana. Y para colmo, la prensa nunca deja de tener hambre: hay que llenar espacio a toda costa. Aunque tal vez lo que se ha escrito solo sea cierto hasta la próxima edición. Porque si la verdad se pone las botas, correr tras las mentiras no es lo único que puede hacer.
La verdad, la vigesimoquinta novela de la serie del Mundodisco, es una exquisita parodia y reflexión sobre el mundo de la prensa y todo lo que le rodea. El poder de la pluma y el papel, la creación de opinión pública, las presiones sobre el periodista, la prensa amarilla, la búsqueda de la imparcialidad y la verdad... Todo en el más puro estilo pratchettiano. O pratchéttico. O pratchettense. Sea como sea, ya es hora de usarlo como adjetivo.
Competencia feroz. Titulares. Erratas. Cobrar cada semana. Y para colmo, la prensa nunca deja de tener hambre: hay que llenar espacio a toda costa. Aunque tal vez lo que se ha escrito solo sea cierto hasta la próxima edición. Porque si la verdad se pone las botas, correr tras las mentiras no es lo único que puede hacer.
La verdad, la vigesimoquinta novela de la serie del Mundodisco, es una exquisita parodia y reflexión sobre el mundo de la prensa y todo lo que le rodea. El poder de la pluma y el papel, la creación de opinión pública, las presiones sobre el periodista, la prensa amarilla, la búsqueda de la imparcialidad y la verdad... Todo en el más puro estilo pratchettiano. O pratchéttico. O pratchettense. Sea como sea, ya es hora de usarlo como adjetivo.