Ese mismo hombre que, como artista, había alcanzado los más altos niveles desde la más tierna edad, siempre siguió siendo niño en todos los otros asuntos de la vida. Jamás supo gobernarse él mismo. El orden en el hogar, el uso conveniente del dinero, la templanza y la elección razonable de juicios, nunca fueron virtudes que lo asistieran. El placer inmediato siempre se apoderaba de él.
Pero ese mismo hombre, siempre distraído, jugando y divirtiéndose, parecía convertirse en un ser superior en cuanto se sentaba al piano. Entonces su alma se elevaba y toda su atención podía dirigirse hacia la única cosa por la que había nacido: la armonía de los sonidos.
Pero ese mismo hombre, siempre distraído, jugando y divirtiéndose, parecía convertirse en un ser superior en cuanto se sentaba al piano. Entonces su alma se elevaba y toda su atención podía dirigirse hacia la única cosa por la que había nacido: la armonía de los sonidos.