Casi todos los personajes —las máscaras— que intervienen en esta farsa son gentes aturdidas y hasta desquiciadas por la literatura. Hay en ellos un cierto grado de unworldliness, de alejamiento de la cotidianidad, como si no pertenecieran por entero al mundo real.
En el Dr. Ordóñez hay un muy atenuado reflejo de aquel Dottore de la commedia dell’arte, aunque el de hoy no es nada pedante y sólo es pródigo en recuerdos y melancolías. D. Fernando es un hombre moderadamente sabio, que fustiga a la sociedad en la que vive, a la que en ocasiones trata de burlar utilizando sus propias trampas. Y hay enamorados como los de siempre, atolondrados y tiernos, que nada en el mundo es tan permanente e invariable como esa locura del amor: una Marta, ignorada durante años por el hombre a quien ama y que no se resigna a su suerte; una Marie Laure, golpeada por la desgracia, que encuentra alguna forma frágil de felicidad y olvido, y un Roberto de belleza insólita, mimado desde que nació y echado a perder entre todos. Al final, la ficción resultó una mezcla de planteamientos y de caprichos, de azar y necesidad; por eso fue tan divertido escribirla.
En el Dr. Ordóñez hay un muy atenuado reflejo de aquel Dottore de la commedia dell’arte, aunque el de hoy no es nada pedante y sólo es pródigo en recuerdos y melancolías. D. Fernando es un hombre moderadamente sabio, que fustiga a la sociedad en la que vive, a la que en ocasiones trata de burlar utilizando sus propias trampas. Y hay enamorados como los de siempre, atolondrados y tiernos, que nada en el mundo es tan permanente e invariable como esa locura del amor: una Marta, ignorada durante años por el hombre a quien ama y que no se resigna a su suerte; una Marie Laure, golpeada por la desgracia, que encuentra alguna forma frágil de felicidad y olvido, y un Roberto de belleza insólita, mimado desde que nació y echado a perder entre todos. Al final, la ficción resultó una mezcla de planteamientos y de caprichos, de azar y necesidad; por eso fue tan divertido escribirla.