Muchas historias de adolescentes suelen hablar de sus primeros (des)amores. Esta no necesariamente. Las malas compañías podría resumirse como las andanzas de un joven a principios de los años noventa que, más allá de las alegrías y diversiones con sus amigos, se siente vulnerable y confundido al redescubrir su mundo. Así, los primeros encuentros con chicas y las primeras fiestas de la secundaria se entrelazan con las tardes de deporte en el barrio, las interminables caminatas nocturnas, las fugas del salón de clases y la adicción a lo que quizá marcó a toda una generación: los videojuegos. El hilo conductor de escenas no es más que el rock: otra droga que en ciertos momentos proporciona serenidad al protagonista y en otros lo lleva a actuar de manera impulsiva. Tras escuchar y leer todas las canciones que pasan por su cabeza, sus lectores contemporáneos y melómanos no podrán evitar hacerse una pregunta esencial: ¿Fueron los años noventa mejores que los ochenta? La respuesta podría estar en un clásico tema de R.E.M.: «Hey kids, rock and roll/ nobody tells you where to go, baby…». La música está incluida en el libro.
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