La historia que narra esta novela se inicia en el Año D (500), de la Edad Media, luego de la muerte de Clodoveo.
Fue en los tiempos que se instruyeron las bases de una Iglesia Reformada para luchar contra la Simonía, el uso del Diezmo, el Concubinato o el Casamiento (nicolaiti) de clérigos, la Venta de Oficios eclesiásticos y el Tráfico de Indulgencias.
Eran épocas de las fundaciones de Monasterios, bajo las Reglas de San Benito de Nursia, como los de Cluny y Montecassino, bajo el voto de castidad, pobreza y obediencia y en contra del nombramiento de antipapas y de conveniencia, manejados por los poderosos. Eran épocas donde los Papas para subsistir, armaban ejércitos para disputar con la nobleza el predominio político en desmedro del espiritual, con preeminencia de las armas y el cadalso.
Un encubierto alquimista simulando ser un Cartujo y llamado Franco Lasca, envejeció observando las Constelaciones Estelares, forjando deducciones alocadas para definir: ¿Cómo se transportaba el alma del muerto, hacia esa otra vida?
Se valió para ello, tanto de la persistente observancia de los astros, como consultando la nutrida biblioteca del Monasterio de Montecassino. Le fue familiar hablar de la Constelación Boreal, la Osa Mayor, la estrella Arturo y las Siete Estrellas que forman El Carro. En ese transitar y casi con descreimiento propio, fraguó lo que se llamó La Teoría de Lasca. La misma historia de la Iglesia y del mundo y de donde se habla de los Pequeños y de los Grandes Misterios y del camino del Alma, hacia la Primera Puerta.
Por razones más que fortuitas, esta historia fantástica los acompaña, y en el “entre tanto”, y el devenir de los años, se hará presente en el propio Cónclave por reunión del Colegio Cardenalicio, con el mandato de elegir un nuevo Papa, por cuanto había fallecido Juan Pablo II, el 2 de abril de 2005.
Fue en los tiempos que se instruyeron las bases de una Iglesia Reformada para luchar contra la Simonía, el uso del Diezmo, el Concubinato o el Casamiento (nicolaiti) de clérigos, la Venta de Oficios eclesiásticos y el Tráfico de Indulgencias.
Eran épocas de las fundaciones de Monasterios, bajo las Reglas de San Benito de Nursia, como los de Cluny y Montecassino, bajo el voto de castidad, pobreza y obediencia y en contra del nombramiento de antipapas y de conveniencia, manejados por los poderosos. Eran épocas donde los Papas para subsistir, armaban ejércitos para disputar con la nobleza el predominio político en desmedro del espiritual, con preeminencia de las armas y el cadalso.
Un encubierto alquimista simulando ser un Cartujo y llamado Franco Lasca, envejeció observando las Constelaciones Estelares, forjando deducciones alocadas para definir: ¿Cómo se transportaba el alma del muerto, hacia esa otra vida?
Se valió para ello, tanto de la persistente observancia de los astros, como consultando la nutrida biblioteca del Monasterio de Montecassino. Le fue familiar hablar de la Constelación Boreal, la Osa Mayor, la estrella Arturo y las Siete Estrellas que forman El Carro. En ese transitar y casi con descreimiento propio, fraguó lo que se llamó La Teoría de Lasca. La misma historia de la Iglesia y del mundo y de donde se habla de los Pequeños y de los Grandes Misterios y del camino del Alma, hacia la Primera Puerta.
Por razones más que fortuitas, esta historia fantástica los acompaña, y en el “entre tanto”, y el devenir de los años, se hará presente en el propio Cónclave por reunión del Colegio Cardenalicio, con el mandato de elegir un nuevo Papa, por cuanto había fallecido Juan Pablo II, el 2 de abril de 2005.