Si los libros fueran lugares "Leida blues" sería la taberna en la que nunca te aburrirías, la barra en la que encuentras ese amigo desconocido que grita su inteligencia entre risas, empujones y la complicidad de la noche. Una escritura que es un torrente de poesía rabiosa por vivir y desbordante de energía, de palabras ebrias, brutales e inquietantes. El poeta declama a la noche, a sus habitantes a todo aquello que habita en los bares y en las calles. La lírica es un grito que sólo sabe explicarse zarandeando el presente. El lector queda completamente atrapado con unos versos descarnados, repletos de vida y, también, de una muerte anunciada , cuya aparición hace huella en cada uno de los poemas que conforman "Leida Blues". Leida, la camarera que da nombre al libro, prostitutas, borrachos y poetas son los personajes principales en torno a los cuales gira toda esta reflexión de despedida; una declaración de desazón, mientras agonizamos abandonados por los rastros de noches de alcohol y amores perdidos. Versos llenos de euforia en los que el quejido es una celebración de la necesidad del cambio y, a la vez, una diversión hedonista lúcida.
Leer la poesía de poesía de Ugo Malatesta es como abrir la puerta de una cantina en el subterráneo de Iztapalapa, Madrid o los Ángeles, y dudar si estás leyendo un libro o si algún parroquiano, ebrio y melancólico, está dejando caer frases retorcidas en la oquedad de tu oreja. Una voz que no conoces pero que escuchas porque tiene vitalidad, inteligencia y humor. Un humor y una fiereza que en principio parece liviana pero que cambia porque, aunque la poesía lucha y grita, es capaz de reírse de sí misma cuando siente su insignificancia. Hay una madurez bajo las palabras, matices en lo ebrio porque es consciente de si mismo, de lo poco que hay que perder... Por eso se arriesga sin concesiones porque, como pasa de vez en cuando, a veces apetece gritar y espolear a la propia existencia sólo por ver cuánto aguanta.
Leer la poesía de poesía de Ugo Malatesta es como abrir la puerta de una cantina en el subterráneo de Iztapalapa, Madrid o los Ángeles, y dudar si estás leyendo un libro o si algún parroquiano, ebrio y melancólico, está dejando caer frases retorcidas en la oquedad de tu oreja. Una voz que no conoces pero que escuchas porque tiene vitalidad, inteligencia y humor. Un humor y una fiereza que en principio parece liviana pero que cambia porque, aunque la poesía lucha y grita, es capaz de reírse de sí misma cuando siente su insignificancia. Hay una madurez bajo las palabras, matices en lo ebrio porque es consciente de si mismo, de lo poco que hay que perder... Por eso se arriesga sin concesiones porque, como pasa de vez en cuando, a veces apetece gritar y espolear a la propia existencia sólo por ver cuánto aguanta.