«El Estado —decía el monje de Salisbury— es un cuerpo animado por Dios, guiado por la equidad suprema y regido por la razón. El alma de ese cuerpo es el clero, la cabeza el príncipe, el corazón el senado, y diferentes funcionarios corresponden al estómago y a otros órganos internos. Los ojos, los oídos y la lengua son los gobernadores de las provincias, las manos las fuerzas militares y las autoridades subalternas, y los pies las clases agrícolas y los artesanos».
Y así, tal y como lo describió el monje Salisbury, es el gobierno de Franco. ¿Con quién dialogar? Los que más lo necesitan, “las clases agrícolas y los artesanos”, que son los pies de la sociedad española, ¿cómo van a entablar diálogo con la cabeza? Nadie debe traspasar las fronteras de su clase —fue la teoría de Santo Tomás y es la de Franco—, pues la Iglesia considera pecado la transformación del orden social cuando los gobernantes son cristianos, porque en virtud de la desigualdad de los hombres así lo estatuyó Dios: el hijo del esclavo será esclavo, como su padre, y querer que no lo sea es oponerse a la voluntad divina. ¿Con quién dialogar, señores ilusos que no piensan más que en el diálogo?
Este problema español, que es problema humano de libertad, no lo es de Franco, pues Franco, obsesión de todos los españoles que sufren el peso de su yugo, es sólo un accidente, una piedra puesta en el camino de los españoles, que les ha obligado a rodar fuera de rumbo, a ir por la vida sin rumbo. El mal que aqueja a España no tiene su origen en el Caudillo, aunque él sea la cabeza visible; así, los españoles que se entretienen en tirarle piedras, pierden de vista a su verdadero enemigo. Si escarbaran en la historia no escrita, si con mirada serena se asomaran al pretérito, si analizaran situaciones más o menos cercanas de la vida española, verían que el verdadero enemigo de España está en el Vaticano.
Y así, tal y como lo describió el monje Salisbury, es el gobierno de Franco. ¿Con quién dialogar? Los que más lo necesitan, “las clases agrícolas y los artesanos”, que son los pies de la sociedad española, ¿cómo van a entablar diálogo con la cabeza? Nadie debe traspasar las fronteras de su clase —fue la teoría de Santo Tomás y es la de Franco—, pues la Iglesia considera pecado la transformación del orden social cuando los gobernantes son cristianos, porque en virtud de la desigualdad de los hombres así lo estatuyó Dios: el hijo del esclavo será esclavo, como su padre, y querer que no lo sea es oponerse a la voluntad divina. ¿Con quién dialogar, señores ilusos que no piensan más que en el diálogo?
Este problema español, que es problema humano de libertad, no lo es de Franco, pues Franco, obsesión de todos los españoles que sufren el peso de su yugo, es sólo un accidente, una piedra puesta en el camino de los españoles, que les ha obligado a rodar fuera de rumbo, a ir por la vida sin rumbo. El mal que aqueja a España no tiene su origen en el Caudillo, aunque él sea la cabeza visible; así, los españoles que se entretienen en tirarle piedras, pierden de vista a su verdadero enemigo. Si escarbaran en la historia no escrita, si con mirada serena se asomaran al pretérito, si analizaran situaciones más o menos cercanas de la vida española, verían que el verdadero enemigo de España está en el Vaticano.