Desde su estreno mismo, Lola Montes se convirtió en uno de los films más controvertidos e incomprendidos de la historia del cine. Oculto durante décadas hasta su recuperación en 2008 por el Festival de Cannes, el testamento fílmico de Max Ophüls se erige sin embargo en un jalón esencial en la comprensión de la poética de uno de los grandes nombres del cine, así como de los corrimientos tectónicos que estaban teniendo lugar en el universo cinematográfico de los años 50. No en vano, concebido como un proyecto grandilocuente capaz de competir en igualdad de condiciones con las superproducciones de Hollywood, la provocadora intuición de Truffaut –que llegó a considerar el film como la primera película de la Nouvelle Vague– se revela clarividente: Lola Montes se sitúa en el punto de llegada de una forma de entender el cine que es también, in nuce, un punto de partida para los inexplorados senderos que terminaron por imponer la modernidad cinematográfica.
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