Los caminos de la utopía cruzan, con demasiada frecuencia, por los caminos del terror; un terror institucional, mucho más cercano a la vida real que el lugar anhelado e inexistente prefigurado por la literatura. Luis Fernando Brehm recorre ambos caminos en Los brazos del agua: el aeda, el poeta, testigo de la historia y su conciencia, canta al lugar inexistente y da fe de la violencia que lo rodea, con ecos de leyenda y con la maestría contemporánea de un narrador, capaz de girar entre volutas barrocas sin perder los hilos de una voluntad ética negada por el poder y argumentada por el amor.
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