El Alexandre Dumas que, con el intenso relato Los Cenci, inicia la serie de los Crímenes célebres, ya es famoso a los treinta y seis años, aunque por algo que la historia olvidará: su obra de joven dramaturgo romántico, rival de Victor Hugo. Este ambicioso proyecto narrativo es el bautismo de fuego del que será uno de los novelistas más leídos de todos los tiempos. Ediciones De La Mirándola proyecta publicar la primera traducción integral de los Crímenes célebres, grandioso portal de la obra del futuro autor de Veinte años después y El tulipán negro.
Para los dieciocho volúmenes de sus Crímenes célebres, Dumas se entregó a una ingente labor de documentación. Como su amigo Charles Nodier, siempre sintió pasión por los viejos anaqueles de bibliotecas y sus tesoros secretos. Se propuso novelar la historia de crímenes ya legendarios en el siglo XIX, y el primero que eligió no podía dejar de apasionar al lector de la época de Luis Felipe. El romanticismo era, en Francia, de sesgo liberal, heredero de las ideas de Rousseau. Dumas, hijo de un general de la Revolución Francesa y nieto de una esclava negra, ve la historia, a la manera de Jules Michelet, como la oposición entre las luces y el oscurantismo, entre el despotismo y la libertad. La leyenda negra de los Borgias le ofrece el marco moral para su pintura del Papado, pero Dumas no es historiador ni panfletario sino novelista, y se deja arrastrar por la intriga, por la vieja grandeza de toda auténtica tragedia: la que, como quería Racine, infunde terror y piedad. Así es como en este relato despojado y conmovedor todo está lleno de vida, y los personajes, a pesar de la casi total ausencia de diálogos, resultan inolvidables. En la breve y patética historia de Beatrice Cenci, Dumas ya es Dumas.
Para los dieciocho volúmenes de sus Crímenes célebres, Dumas se entregó a una ingente labor de documentación. Como su amigo Charles Nodier, siempre sintió pasión por los viejos anaqueles de bibliotecas y sus tesoros secretos. Se propuso novelar la historia de crímenes ya legendarios en el siglo XIX, y el primero que eligió no podía dejar de apasionar al lector de la época de Luis Felipe. El romanticismo era, en Francia, de sesgo liberal, heredero de las ideas de Rousseau. Dumas, hijo de un general de la Revolución Francesa y nieto de una esclava negra, ve la historia, a la manera de Jules Michelet, como la oposición entre las luces y el oscurantismo, entre el despotismo y la libertad. La leyenda negra de los Borgias le ofrece el marco moral para su pintura del Papado, pero Dumas no es historiador ni panfletario sino novelista, y se deja arrastrar por la intriga, por la vieja grandeza de toda auténtica tragedia: la que, como quería Racine, infunde terror y piedad. Así es como en este relato despojado y conmovedor todo está lleno de vida, y los personajes, a pesar de la casi total ausencia de diálogos, resultan inolvidables. En la breve y patética historia de Beatrice Cenci, Dumas ya es Dumas.