Por una inaudita coincidencia, le pusieron de nombre Soledad, y ésta se va convirtiendo, conforme avanza el relato, en un complejo personaje ficticio, pero cada vez más parecido a cualquier mujer real. Resulta fácil conocerla y reconocerla a través de sus recuerdos al mismo tiempo que nos adentramos en los colores que la encierran. Son precisamente los colores los que van construyendo las experiencias que ha tenido que vivir durante 50 años de una vida espinosa. Y es el lector el que requiere una sensibilidad atenta para mantener el equilibrio entre la narración y la manera casi poética como se cuenta una historia de hechos simples, cotidianos, algunos trágicos, otros naturales; anécdotas lineales, en donde la percepción se ve enriquecida por infinidad de tonalidades literarias. Así, en esta novela, su autora juega magistralmente con las diferentes etapas de la vida de una mujer y con los personajes, sin nombre, que la rodean, todos sobreviviendo al ritmo de los colores del viento.
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