En el jardên de la Capilla Expiatoria Debêan encontrarse Þ las cinco de la tarde en el pequeío jardên de la Capilla Expiatoria, pero Julio Desnoyers llegï media hora antes, con la impaciencia del enamorado que cree adelantar el momento de la cita presentÞndose con anticipaciïn. Al pasar la verja por el bulevar Haussmann, se diï cuenta repentinamente de que en Parês el mes de Julio pertenece al verano. El curso de las estaciones era para æl en aquellos momentos algo embrollado que exigêa cÞlculos. Habêan transcurrido cinco meses desde las öltimas entrevistas en este square que ofrece Þ las parejas errantes el refugio de una calma hömeda y fönebre junto Þ un bulevar de continuo movimiento y en las inmediaciones de una gran estaciïn de ferrocarril. La hora de la cita era siempre las cinco. Julio veêa llegar Þ su amada Þ la luz de los reverberos, encendidos recientemente, con el busto envuelto en pieles y llevÞndose el manguito al rostro lo mismo que un antifaz. La voz dulce, al saludarle, esparcêa su respiraciïn congelada por el frêo: un nimbo de vapor blanco y tenue. Despuæs de varias entrevistas preparatorias y titubeantes, abandonaron definitivamente el jardên. Su amor habêa adquirido la majestuosa importancia del hecho consumado, y fuæ Þ refugiarse de cinco Þ siete en un quinto piso de la rue de la Pompe, donde tenêa Julio su estudio de pintor. Las cortinas bien corridas sobre el ventanal de cristales, la chimenea ardiente esparciendo palpitaciones de pörpura como önica luz de la habitaciïn, el monïtono canto del samovar hirviendo junto Þ las tazas de tæ, todo el recogimiento de una vida aislada por el dulce egoêsmo, no les permitiï enterarse de que las tardes iban siendo mÞs largas, de que afuera aön lucêa Þ ratos el sol en el fondo de los pozos de nÞcar abiertos en las nubes, y que la primavera, una primavera têmida y pÞlida, empezaba Þ mostrar sus dedos verdes en los botones de las ramas, sufriendo las öltimas mordeduras del invierno, negro jabalê que volvêa sobre sus pasos. Luego, Julio habêa hecho un viaje Þ Buenos Aires, encontrando en el otro hemisferio las öltimas sonrisas del otoío y los primeros vientos helados de la pampa. Y cuando se imaginaba que el invierno era para æl la eterna estaciïn, pues le salêa al paso en sus cambios de domicilio de un extremo Þ otro del planeta, he aquê que se le aparecêa inesperadamente el verano en este jardên de barrio
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