PROLOGO - LA VERDAD SABIDA
La imaginería popular en las comunidades es la verdad sabida y poco pronunciada, en razón a temores sentidos y secretos que colectivamente se esconden o se guardan como un tesoro que es mejor no desenterrar. El origen analfabético proviene del patrón africano o del indígena. El origen culto o letrado llegó del europeo. El sentido ritual de las manifestaciones espirituales de latinoamérica, impone un determinado silencio.
Lo esotérico y misterioso de los mitos y leyendas es su principal vehículo de preservación porque encierra multitud de preguntas sin respuesta, como la fé de los fanatismos y las creencias comunes.
Este aire tenebroso de algunos relatos que surgen en la oscuridad y se maximalizan en ella, es un atractivo intenso para su difusión cosmopolita y la verdad rural de muchos habitantes.
El refranero del pueblo que como las creencias míticas llegaron y se continúan transmitiendo por tradición oral, es sabio en la síntesis de muchas situaciones:
“No creo en brujas, pero que las hay, las hay”. Con este refrán queda intacta la creencia popular pero a la vez se advierte que el sujeto no cree en ellas. Es algo así como el ateo criollo cuando afirma: “Por Dios Santísimo, no creo en Dios”.
En cierta manera, las creencias míticas del pueblo se aproximan a la categoría de una ideología social, que es aquella forma individual y colectiva de afirmarse en algo que explica de alguna manera lógica o por actos de fé, origenes y destinos de los hombres, como sin duda lo es “la otra vida” que es de donde provienen los duendes, los espantos, las ánimas, los espíritus, no así las brujas que parecen ser de alguna próxima o lejana vecindad terrenal en pacto con el mal. La ideología social es imposible de erradicar de una comunidad. Ciertos gobiernos totalitarios lo intentaron sin éxito alguno. Polonia es, tal vez, un ejemplo excelente, respecto a la religión, que es la ideología social por excelencia y que coexiste con otras creencias sin que la reemplacen.
Los cuentos del pueblo trazan una diferencia con aquellos cuentos citadinos en los cuales la trama y los personajes transcurren por un misterio diferente casi universalizado por los gran- des maestros como Edgar Allan Poe, donde la casa o el castillo son los escenarios de rutina. Claro está que son también niveles literarios diferentes que resultan de ángulos también distintos.
La cuentería o acto de contar cuentos es una evocación telúrica de los viejos y ancianos alrededor de quienes la muchachada familiar tiende un hilo de agradable vínculo, por supuesto en las comunidades que no se han desintegrado y conservan el espíritu del clan o de familia. Es la manera más noble y común de transmitir las creencias, las cuales también van de madre a hija, de padres a hijos, ó de padre a hijo. Las creencias y la obsesión del conocimiento pertenecen al hombre común. Solo que unos creen más que otros.
La riqueza de la imaginería popular deviene de la confluencia triétnica: para los aborígenes llaneros el ritmo de la vida se relaciona entre lo natural y lo sobrenatural. Es la misma concepción cosmogónica del africano donde toda actividad guarda relación con el equilibrio del Universo. El sistema de representación mítico lo establecen en elementos de la tierra, del aire o del fuego. En el mestizaje se incorporó la abundante mitología occidental religiosa y la superstición con raíces en lo profundo del medioevo, donde los más ahincados en la ciencia experimental eran los alquimistas en busca de la eterna juventud y la forma de fabricar oro.
La imaginería popular en las comunidades es la verdad sabida y poco pronunciada, en razón a temores sentidos y secretos que colectivamente se esconden o se guardan como un tesoro que es mejor no desenterrar. El origen analfabético proviene del patrón africano o del indígena. El origen culto o letrado llegó del europeo. El sentido ritual de las manifestaciones espirituales de latinoamérica, impone un determinado silencio.
Lo esotérico y misterioso de los mitos y leyendas es su principal vehículo de preservación porque encierra multitud de preguntas sin respuesta, como la fé de los fanatismos y las creencias comunes.
Este aire tenebroso de algunos relatos que surgen en la oscuridad y se maximalizan en ella, es un atractivo intenso para su difusión cosmopolita y la verdad rural de muchos habitantes.
El refranero del pueblo que como las creencias míticas llegaron y se continúan transmitiendo por tradición oral, es sabio en la síntesis de muchas situaciones:
“No creo en brujas, pero que las hay, las hay”. Con este refrán queda intacta la creencia popular pero a la vez se advierte que el sujeto no cree en ellas. Es algo así como el ateo criollo cuando afirma: “Por Dios Santísimo, no creo en Dios”.
En cierta manera, las creencias míticas del pueblo se aproximan a la categoría de una ideología social, que es aquella forma individual y colectiva de afirmarse en algo que explica de alguna manera lógica o por actos de fé, origenes y destinos de los hombres, como sin duda lo es “la otra vida” que es de donde provienen los duendes, los espantos, las ánimas, los espíritus, no así las brujas que parecen ser de alguna próxima o lejana vecindad terrenal en pacto con el mal. La ideología social es imposible de erradicar de una comunidad. Ciertos gobiernos totalitarios lo intentaron sin éxito alguno. Polonia es, tal vez, un ejemplo excelente, respecto a la religión, que es la ideología social por excelencia y que coexiste con otras creencias sin que la reemplacen.
Los cuentos del pueblo trazan una diferencia con aquellos cuentos citadinos en los cuales la trama y los personajes transcurren por un misterio diferente casi universalizado por los gran- des maestros como Edgar Allan Poe, donde la casa o el castillo son los escenarios de rutina. Claro está que son también niveles literarios diferentes que resultan de ángulos también distintos.
La cuentería o acto de contar cuentos es una evocación telúrica de los viejos y ancianos alrededor de quienes la muchachada familiar tiende un hilo de agradable vínculo, por supuesto en las comunidades que no se han desintegrado y conservan el espíritu del clan o de familia. Es la manera más noble y común de transmitir las creencias, las cuales también van de madre a hija, de padres a hijos, ó de padre a hijo. Las creencias y la obsesión del conocimiento pertenecen al hombre común. Solo que unos creen más que otros.
La riqueza de la imaginería popular deviene de la confluencia triétnica: para los aborígenes llaneros el ritmo de la vida se relaciona entre lo natural y lo sobrenatural. Es la misma concepción cosmogónica del africano donde toda actividad guarda relación con el equilibrio del Universo. El sistema de representación mítico lo establecen en elementos de la tierra, del aire o del fuego. En el mestizaje se incorporó la abundante mitología occidental religiosa y la superstición con raíces en lo profundo del medioevo, donde los más ahincados en la ciencia experimental eran los alquimistas en busca de la eterna juventud y la forma de fabricar oro.