Miguel Diéguez madrileño nacido en 1941, inquieto intelectual desde pequeño, lector de tebeos, cuentos, novelas, periódicos y, como Cervantes “de cualquier papel que volara en las calles”, escritor libre, aunque con algunos paréntesis “escribidor” en editoriales de libros de texto o especializadas en literatura infantil y juvenil, inventor de modestas TIRAS DE PAPEL contra esto y aquello o contra los hunos o los otros, viajero infatigable, conductor de coches de la gama deportiva pobremente descapotable. Le dio por morir el año 2003 y se fue con una novela inédita debajo del brazo, MUNDOS SUTILES, que poco tiempo después superó la sutileza y vio la luz eterna editada por LUAL, editorial joven de edad y de mente.
En las solapas o en las contra, prefacios o postfacios, casi siempre se zurce la bío-biografía del autor y la obra adornadas con fechas de nacimiento, principio, evolución, culminación estilística e ideológica del escritor y la fecha de su «deceso» si hubiere sucedido.
De Miguel Diéguez es imposible seguir esas pautas. En primer lugar porque le hubiera parecido muy mal ese lugar común y después, porque Miguel conquistó la inmortalidad con una sonrisa tímida y una pluma de pavo, faisán, máquina de escribir «Pluma», sin dudarlo o el océano del Ordenador que le sedujo desde el nacimiento del artefacto. Miguel asesinó su
tiempo, ascendió a las lúbricas nubes y desde allí con su ojo avizor de «diablo cojuelo», con luz pura y nunca mancillada se asomó a todas la claraboyas de las vidas físicas y telúricas de los monopolistas, duopolistas, dictadores, arrebatacapas, chirleros, fósiles y demás familia para plantarlos al sol abrasador de la libertad.
En las solapas o en las contra, prefacios o postfacios, casi siempre se zurce la bío-biografía del autor y la obra adornadas con fechas de nacimiento, principio, evolución, culminación estilística e ideológica del escritor y la fecha de su «deceso» si hubiere sucedido.
De Miguel Diéguez es imposible seguir esas pautas. En primer lugar porque le hubiera parecido muy mal ese lugar común y después, porque Miguel conquistó la inmortalidad con una sonrisa tímida y una pluma de pavo, faisán, máquina de escribir «Pluma», sin dudarlo o el océano del Ordenador que le sedujo desde el nacimiento del artefacto. Miguel asesinó su
tiempo, ascendió a las lúbricas nubes y desde allí con su ojo avizor de «diablo cojuelo», con luz pura y nunca mancillada se asomó a todas la claraboyas de las vidas físicas y telúricas de los monopolistas, duopolistas, dictadores, arrebatacapas, chirleros, fósiles y demás familia para plantarlos al sol abrasador de la libertad.