La tradición oral manchega siempre ha tenido por cierto que Don Quijote y Sancho fueron personas reales y no solo fruto de la genial inventiva de Miguel de Cervantes. La casualidad provoca el hallazgo en el interior de una cueva de un baúl en cuyo interior se encuentran unos manuscritos, una capa, una virgen de mármol del tamaño de un cencerro y una bacía oxidada de barbero. Estos manuscritos están escritos por Teresa Panza, sí, por Teresa Panza, la hija de Sancho Panza, campesino manchego reconvertido en escudero por don Alonso Quijano. Teresa cuando conoce al autor del Quijote tiene poco más de dieciséis años y apenas sabe leer, porque según el bachiller Carrasco, las mujeres no lo necesitan. Un Miguel de Cervantes casi sexagenario es quien le enseña no solo a leer sino también escribir y pensar como mujer y persona.
Una aventura plasmada con sentido del humor, frescura, erotismo y cierta crítica social, que podría llegar a calificarse como feminista. Los manuscritos están redactados por Teresa Panza, el primero por una jovencísima muchacha campesina, mientras que el segundo esa misma Teresa Panza, ya anciana y bastante más culta aunque sin perder por ello la frescura y humor del primer manuscrito, pero desengañada por los reveses de la vida, se encarga de demostrar con claridad la existencia real de don Quijote y por supuesto de su propio padre, Sancho Panza.
Una aventura plasmada con sentido del humor, frescura, erotismo y cierta crítica social, que podría llegar a calificarse como feminista. Los manuscritos están redactados por Teresa Panza, el primero por una jovencísima muchacha campesina, mientras que el segundo esa misma Teresa Panza, ya anciana y bastante más culta aunque sin perder por ello la frescura y humor del primer manuscrito, pero desengañada por los reveses de la vida, se encarga de demostrar con claridad la existencia real de don Quijote y por supuesto de su propio padre, Sancho Panza.