Desgraciadamente no existe una palabra tan perfecta como COÑO para nombrar los órganos genitales masculinos, ni ninguna otra que se le parezca y sea capaz de abarcar todo el conjunto de esta delicada cuestión. Sí que se usan distintos términos en esa línea, como “cipote”, “carajo”, “pija”, “polla” o “rabo”, por citar solo algunos de las más populares dentro de su vulgaridad. Pero en su totalidad hacen señalamiento del miembro viril o pene, olvidándose de todo lo demás. Cierto que también hay otra de uso muy común, cual es “cojones”, para mencionar en el habla coloquial los testículos, y hasta para convertirla en una de las interjecciones más recurrentes y socorridas. Pero “cojones”, y todos sus sinónimos (y sucedáneos), se olvidan del pene. Tampoco falo nos viene a solucionar el dilema, pues suele conllevar asociada la idea de erección o tiesura. En definitiva, que tras mucho devaneo sin solución, la opción final, esperando sea la menos mala, ha sido elegir el término ortodoxo “pene”, aunque resulte aséptico, soso y fonéticamente poco agraciado, y a pesar de que sea, a su vez, un eufemismo, aunque ya olvidado por el hablante o diciente, que en realidad en latín significó “pincel”. Así, pues, sean estos “los más de dos mil nombres del pene”, entendiéndose que, por extensión, cuando en el título decimos PENE nos estamos refiriendo a todo el paquete sexual de los caballeros, o, si lo prefieren, paquetería.
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