En este poemario de Margarita Fernández Herrán esa noche no es para ser contemplada sino interpretada, al cargarse de contenidos íntimos que han estado recogidos, guardados para sí mismos, en las horas del día, cuando el poder evocador de la palabra poética les devuelve sus líneas en la imaginación y en el sentimiento. En ellos la vida reclama su sentido profundo.
También por ellos el poema llega a una asombrosa decantación, a un paso cualitativo real y promisorio en la obra de la autora. No se habita la noche sino que ella se abre ante nosotros para desde sus signos convertirnos en símbolo y en parábola de la vida. Hay episodios del pasado vueltos futuro en un juego abierto con todos nuestros tiempos vitales, con los escenarios, las cosas, los seres, los o las voces alguna vez cargadas de afectos intemporales y trascendentes.
También por ellos el poema llega a una asombrosa decantación, a un paso cualitativo real y promisorio en la obra de la autora. No se habita la noche sino que ella se abre ante nosotros para desde sus signos convertirnos en símbolo y en parábola de la vida. Hay episodios del pasado vueltos futuro en un juego abierto con todos nuestros tiempos vitales, con los escenarios, las cosas, los seres, los o las voces alguna vez cargadas de afectos intemporales y trascendentes.