El doctor Herman Volker ha estado investigando una nueva fórmula. Quién mejor para probarla que el desalmado asesino en serie Homer Gibbons. Donde muchos ven una merecida pena de muerte por inyección letal, Volker ve una oportunidad de hacer justicia. Le inyecta a Gibbons el fármaco que hará que mantenga la conciencia mientras su cuerpo se pudre en la tumba. Desgraciadamente, nada sale según lo planeado. En vez de ser enterrado en la prisión, llevan al asesino al cementerio de una pequeña ciudad de Pensilvania. Y toda sustancia experimental tiene efectos secundarios imprevistos… El criminal despierta antes de que lo entierren. Está hambriento. Infectado. Y es contagioso. Cuando la agente Dez Fox llega al camposanto, solo encuentra un par de cuerpos a medio masticar y una bolsa para cadáveres… vacía.
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