No pretendo con este pequeño trabajo, hecho a diario en La Opinión de Tenerife como un «encaje» tejido con bolillos a través del árido y a veces inhóspito mundo de las noticias, crear una imagen falsa, erudita o pseudo-intelectual de mi escritura. A veces se asemeja más a un vómito producido por la inflamación de la vesícula que a un texto coherente, pero exactamente eso es lo que quiero expresar cuando me veo obligado a digerir la realidad cotidiana. Voy del ámbito local al global, siguiendo las directrices del profesor Castells, autoridad en «La Globalización», que me fue descubierto por la profesora Dalva Aleixo, con quién colaboré como informante clave en su tesis doctoral titulada Racismo y Periodismo y a quien debo agradecer mi interés por los textos espesos, profundos y académicos de los que siempre he huido, y es por eso por lo que mi escritura, a veces, parece dotada de unas patas de canguro que saltan de una cosa a otra y de un país a una civilización, pasando por la isla de Fuerteventura.
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