Todavía prepondera un materialismo pétreo, campea como prejuicio arraigado en las mentes, que, a su vez, se han detenido en la reiteración “ideológica” de la ciencia positivista. Ese es el materialismo que hemos superado, un materialismo pretendidamente objetivista, sin embargo restringido a los prejuicios positivistas de la modernidad. Desde las teorías de la complejidad se comprende que todo es vida, la capacidad de las partículas infinitesimales, sin materia, sin energía, una nada, que crean, precisamente, en sus interacciones, la materia. Los avances de la física cuántica y relativista, sobre todo en lo que respecta a lo virtual, que corresponde al almacenamiento de la información, nos muestra la complejidad del tejido espacio-temporal, una simultaneidad dinámica.
Históricamente, si podemos hablar así, de las estructuras del pensamiento, toda episteme epocal se basa en el suelo de la física de su tiempo. La filosofía griega se basó en la física de los presocráticos; la filosofía y ciencias modernas se basaron en la física newtoniana; ahora el suelo es la física cuántica y la física relativista; empero, las filosofías, las ciencias sociales, sobre todo el marxismo, se han anclado en el suelo anterior, geológicamente sedimentado, el de la física clásica. Son todas estas ciencias sociales y el marxismo profundamente, recalcitrantemente, conservadores.
Las apreciaciones de que primero es la materia, es, en primer lugar, lineal; en segundo lugar, determinista; en tercer lugar, responde a una concepción pétrea de la materia.
No podemos callarnos sobre nada, pues de eso se trata, de expresar nuestra perplejidad y alegría ante el acontecimiento de la vida, ante la proliferación dinámica de los universos. Callarnos es como castrarse, enmudecer las sensaciones y la percepción. Eso es suicidarse antes de morir. Preferimos gozar de la vida, sobre todo acercarnos a través de la intuición estética, también la percepción, recurriendo a lo que nos transmite la física contemporánea.
Históricamente, si podemos hablar así, de las estructuras del pensamiento, toda episteme epocal se basa en el suelo de la física de su tiempo. La filosofía griega se basó en la física de los presocráticos; la filosofía y ciencias modernas se basaron en la física newtoniana; ahora el suelo es la física cuántica y la física relativista; empero, las filosofías, las ciencias sociales, sobre todo el marxismo, se han anclado en el suelo anterior, geológicamente sedimentado, el de la física clásica. Son todas estas ciencias sociales y el marxismo profundamente, recalcitrantemente, conservadores.
Las apreciaciones de que primero es la materia, es, en primer lugar, lineal; en segundo lugar, determinista; en tercer lugar, responde a una concepción pétrea de la materia.
No podemos callarnos sobre nada, pues de eso se trata, de expresar nuestra perplejidad y alegría ante el acontecimiento de la vida, ante la proliferación dinámica de los universos. Callarnos es como castrarse, enmudecer las sensaciones y la percepción. Eso es suicidarse antes de morir. Preferimos gozar de la vida, sobre todo acercarnos a través de la intuición estética, también la percepción, recurriendo a lo que nos transmite la física contemporánea.